Nos escandalizarnos ante la falta de pudor sobre el cuerpo, y olvidamos el pudor del alma sobre sentimientos y vivencias personales, que a mí me gusta llamar comedimiento del alma o moderación en la comunicación de la intimidad.

Sin negar la importancia del pudor del cuerpo, me inquieta más la segunda, porque se muestra de forma exhibicionista, desinhibida y desvergonzada la intimidad propia y ajena; fenómeno social éste, muy frecuente hoy.

Tal vez la manifestación más paradigmática de esta falta de comedimiento del alma se produce en determinadas secciones de algunos medios de comunicación, donde queda patente la ralea de los personajes que desnudan sus almas, su lenguaje y su expresión corporal.

Pero hay otra carencia de comedimiento del alma, la practicada por quienes tienen formación y gozan de respeto social. Me refiero al exhibicionismo y a la ostentación, cuando se practican ante quien sufre la carencia de aquello de lo que se alardea.

Esta actitud se asemeja a la de los españoles que mostraban el jamón, colgado en la ventana, hasta que no quedaba más que el hueso, para que lo vieran los vecinos menos pudientes y se murieran de envidia. Digamos en su descargo que eran tiempos de penuria.

Hoy, con lo que está cayendo, alardear de lo que se tiene, se compra, me ha costado, he comido, he bebido, del viaje, del coche, de la música,…, además de resultar antiestético y hasta vulgar, es una obscenidad social, que hará más difícil sobrellevar su situación a quienes carecen de lo esencial. El dolor y la necesidad están muy cerca del lugar en el que trabajamos, paseamos, vivimos o disfrutamos; incluso pueden estar en la puerta inmediata a la nuestra. La pobreza en Manhattan, rodeada de abundancia, siempre será más triste que la pobreza en Malawi, por ejemplo, rodeada de miseria.

Nos dejamos seducir por una solidaridad exótica practicada por oenegés con nombres raros, cuando tenemos ante nuestros ojos un extenso campo en el que arar. El paso previo para practicar la solidaridad más próxima sería conducirnos con ese comedimiento del alma al que me refería al principio, en nuestros comportamientos sociales y conversaciones, porque “hasta en el exceso existe una moderación”, según la sabia reflexión de Benjamín Disraeli. @mundiario

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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.