Soledad es la ausencia, voluntaria o impuesta, de compañía, y suele llevar adherida melancolía o sufrimiento. La soledad es como ponerse al final del día ante un espejo para ver a alguien.
Nos da miedo la soledad; diría más, no sabemos estar solos con nosotros mismos, lo que supone una clara paradoja en la individualista sociedad de hoy.
Y para evitar la ansiedad que va unida a la soledad, se recurre muy frecuentemente a la soledad en compañía: gente, bullicio y escasa comunicación; en resumen, una compañía aparente, falsa, artificial: un sucedáneo.
Porque la compañía supone escuchar, compartir –incluso el silencio-, comprender, sufrir y alegrarse juntos, consolar, ayudar, estar presente ante el otro y pendiente de él, hablar, discutir, mirar, esperar a alguien que sabemos llegará, aunque la mayor parte del día estemos solos.
En determinados momentos de la vida el hombre está inevitablemente solo: ante una decisión trascendente, ante la enfermedad, ante la tribulación que nos oprime, ante la muerte.
La soledad ocasional, voluntaria, libremente elegida, es sana, porque nos permite reflexionar y buscarnos a nosotros mismos, disfrutar de nuestro propio espacio sin injerencias, aunque pueda parecer difícil buscar compañía en uno mismo y alguien crea que se trata de una actitud egoísta.
Este tiempo personal para la soledad, elegido y necesario, es especialmente importante en las parejas, compatible, al menos en mi opinión, con quienes son como la taza y el asa. Para que la vida en común no se agoste, es preciso concederse recíprocamente esos espacios de libertad y soledad.
La soledad verdaderamente dramática es la impuesta por la marginación social, por la pérdida definitiva de la compañía, la discriminación, el abandono… tan frecuentes en nuestra sociedad y que tenemos tan cerca, tal vez en la puerta de al lado o en la propia familia.
“Curar” la soledad será imposible, pero algo podríamos hacer por paliarla, tanto individualmente como desde las instituciones públicas, si la sociedad, las leyes, “el sistema”, tomaran al hombre como núcleo central de referencia.
CRITERIOS EXCLUSIVAMENTE UTILITARISTAS
Una gran parte de las actitudes y decisiones políticas se adoptan con criterios exclusivamente utilitaristas, sin empaparlas de humanismo. Normas recientemente aprobadas, son ejemplo de ello: la regulación de la eutanasia. El sentido común parece plantear que, antes de regular la “solución” definitiva, habría que haber acompañado a quien se encuentra en situación tan difícil, a sus familias, amigos y allegados, mediante cuidados materiales directos, sin duda, pero también con la atención personal de quien escucha, acompaña, comparte y consuela.
Algo similar ocurre en relación con el aborto, situación siempre traumática. Yo me pregunto: ¿las organizaciones que informan y ofrecen acogida sin condicionamientos a las mujeres embarazadas y a sus futuros hijos cometen un delito? Creo que pueden acompañar en la soledad de una decisión que condicionará en parte el resto de su vida; naturalmente, si la otra parte está de acuerdo.
Podrían ponerse otros ejemplos. La soledad no se resuelve con dinero, hace falta quien escuche, comprenda, comparta, consuele y aconseje. El voluntariado fomentado en los colegios desde la adolescencia atemperaría la soledad.
Quedémonos con la soledad serena de Rosalía de Castro.
Un manso río, una vereda estrecha,
un campo solitario y un pinar,
y el viejo puente rústico y sencillo
completando tan grata soledad. @mundiario