La cultura heredada de Roma bajo formas tan diversas como construcciones, derecho, costumbres, arte, política, textos o calzadas, sigue siendo la base de nuestra cultura. También se incluyen en esa herencia los muchos aforismos que todavía se usan. Hay uno que me atrae especialmente: “Memento mori”.
Aunque hay discrepancias en cuanto a la frase exacta, la idea de las diversas formas que han llegado hasta nuestros días es la misma.
Cuando un general romano, tras una campaña militar, entraba victorioso en Roma al frente de sus legiones entre el clamor popular, un esclavo, dicen, le susurraba al oído: recuerda la muerte, recuerda que no eres un dios, aunque la multitud lo grite, aunque tus victorias hayan sido contundentes, el botín cuantioso y vastos los territorios conquistados.
Deja a un lado soberbia, vanidad, engolamiento, endiosamiento… y muéstrate humilde en el triunfo, tolerante con el derrotado y prudente y austero en la administración de las conquistas, porque no eres un dios. Además, quienes hoy te ensalzan, mañana te vituperarán; el derrotado podrá ser tu señor; lo que has conseguido te puede ser arrebatado con la misma fuerza, con las mismas artes que, tal vez, tú también has utilizado.
El rito litúrgico de la imposición de la ceniza el miércoles santo, utiliza una frase similar: “recuerda que eres polvo y en polvo te has de convertir”. Naturalmente, con un profundo significado religioso, pero que también resulta válido para la vida de los seres humanos independientemente de sus creencias.
¡Cuánta sabiduría y pragmatismo encierran estas palabras!; por otra parte, qué frescas y vigentes están hoy.
Son frecuentes los remedos de generales romanos victoriosos bajo la apariencia de políticos, ejecutivos, profesionales, gentes del espectáculo mandamases que corren el peligro de caer en la tentación de vivir el éxito de forma desafiante, soberbia y desalmada con quienes les apoyaron para conseguir la corona de laurel, el triunfo, el dinero; les protegieron de sus enemigos, embridaron su cuadriga y les sugirieron la estrategia más adecuada para alcanzar el éxito.
Bastaría que miraran hacia atrás para ver que a aquellos a quienes ellos mismos sucedieron, padecieron idénticos delirios de grandeza, ramalazos de soberbia, y cuando hincaron la rodilla en tierra no encontraron consuelo, ayuda o comprensión. Simplemente fueron arrasados por quienes ocuparon su lugar, y olvidados.
Esta enfermedad social ha existido siempre y ha sido denunciada por personajes tan diferentes como Maquiavelo, Quevedo o San Agustín: “La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano.”
Obviamente, no podemos ser ingenuos y creer que es posible erradicarla, porque la soberbia es consustancial al ser humano, pero sí debemos estar vigilantes antes quienes la padecen, por una doble razón: para evitar el contagio y sus maniobras directas. @mundiario
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