El sentido común es un principio básico para la vida en sociedad; podríamos definirlo llanamente como capacidad para andar por la vida, independientemente de la cultura, la formación, el origen social, la inteligencia o cualquier otra circunstancia.

Es algo así como un chispazo, que no siempre implica reflexión previa, y nos dice en cada momento y ante circunstancias diversas, cómo debemos comportarnos, qué debemos decir, hacer o no hacer. El sentido común nace de la intuición, del instinto y de la capacidad de observación.

A través de él distinguimos lo justo de lo injusto, lo razonable de lo absurdo, la verdad de la mentira, lo prudente de lo imprudente, lo posible de lo imposible, lo correcto de lo incorrecto.

En cierto modo, el sentido común es una especie de arte llano, popular, que permite resolver problemas, afrontar y explicar situaciones, con sencillez, sin aspavientos ni grandes discursos.

Con frecuencia, entre quienes se consideran muy doctos y letrados, los hay que consideran a quienes lo utilizan, personas simplonas e ingenuas, llegando a pensar que quienes tienen sentido común carecen de sentido propio, o, dicho de otro modo, no tienen opinión

Entre quienes carecen de sentido común son frecuentes las elucubraciones bizantinas y los grandes circunloquios para responder eficazmente ante un hecho o dar una opinión. No podemos olvidar a quienes lo tienen y lo usan habitualmente y, en un determinado momento, ya sea por la conjunción de determinados astros, la llegada de vientos malignos o vaya usted a saber por qué, “pierden el oremus” y desbarran, dejando atónito a quien les escucha.

Quienes no valoran el sentido común, cuando escuchan opiniones sobre un hecho concreto, suelen decir “es una obviedad”, “es una evidencia” “es lo que pensamos todos” o “es la lógica”.

El sentido común constituye un ligero y útil equipaje para no sufrir encontronazos en el camino de la vida, ya, de por sí compleja.

No es infrecuente que personas geniales en sus respectivos ámbitos profesionales, ya sea la cultura, la política, la empresa, la investigación o cualquier otro, demuestren su falta de sentido común a la hora de gestionar situaciones o desenvolverse en ambientes no habituales para ellos.

Han sido muchos los grandes hombres que han ensalzado y reconocido la importancia del sentido común –también ha habido otros que lo han denostado-, entre ellos, Thomas Alba Edison: “Los tres grandes elementos, esenciales para lograr algo que valga la pena, son: trabajo duro, constancia y sentido común.”

Este modesto y merecido homenaje al sentido común no está reñido con la conveniencia de amueblar el piso de arriba con la cultura y la reflexión.

Habrán advertido ustedes la verdadera intención de mi comentario de hoy: contraponer el sentido común a los discursos, soluciones, explicaciones e interpretaciones cargados de grandilocuencia, vacuos de ideas y basados en principios en los que no se cree, tan frecuentes hoy entre los charlatanes sociales.@mundiario

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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.