En el reciente acto de promesa de los ministros no hubo motivo especial para la crítica, como sucede en ocasiones similares en el Congreso o parlamentos autonómicos, por ejemplo, pues prescindieron de matices como “por imperativo legal”, “acatar la Constitución y trabajar para cambiarla””, “… hasta la Constitución de la república catalana”, “ciudadano Borbón”, “visca els paisos catalans” o del uso de otras lenguas.
Nada que objetar a la desaparición del Crucifijo y la Biblia, pues ambos elementos forman parte del sentimiento religioso de las personas que juran.
En cuanto al ropaje, hubo alguna novedad por parte de los más recalcitrantes.
La excepción fueron las referencias a la obligación de guardar secreto de las deliberaciones del “Consejo de Ministras” y “Consejo de Ministras y Ministros”, que utilizaron algunos.
Resulta chusca la utilización del término Consejo de Ministras por parte de quienes, pese a pregonar la igualdad, pregonan, al menos formalmente, la exclusión. En cuanto al empleo simultáneo del femenino, ministras, y el masculino, ministros, pese a que se va generalizando, hay que recordar a quienes los usan que el género gramatical masculino incluye el género femenino, según la RAE.
La tan pregonada igualdad, entendida en sentido amplio, puede resultar tan injusta como la desigualdad. La capacidad y los méritos de las personas deben ser los factores que determinen el número de miembros masculinos o femeninos de un consejo de administración, gobierno, hospital, universidad o…. Tan injusto puede ser que todos sean varones, como el que todos sean hembras, o haya mitad y mitad.
Recientemente, la RAE ha aprobado un dictamen, emitido a petición de la Vicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo, en el que ratifica que no es necesaria la adaptación del texto constitucional al llamado lenguaje inclusivo.
Les recuerdo la imaginativa iniciativa de sustituir el nombre del Congreso de Diputados, por Congreso de Diputados y Diputadas; sin olvidar el invento del uso de la letra “e” -“todes”, “compañeres”, “amigues”- para conciliar la igualdad con la economía lingüística –algunos quieren formar parte de la RAE, sin reunir méritos.
Fíjense en los artículos de prensa y discursos y observarán que, tras las primeras frases, la igualdad lingüística pregonada se olvida. Lo mismo sucede en los programas de los partidos políticos, incluso en el capítulo dedicado a igualdad de género.
Quienes proclaman el desdoblamiento en defensa de la igualdad, demuestran tener un léxico pobre, pues en la mayoría de los casos sería posible un lenguaje inclusivo basado en el uso de sinónimos o en la construcción de frases.
Utilizar estas herramientas para defender la igualdad me parece infantil, superficial y poco práctico. La educación en la familia, en la escuela y en la universidad, es el camino eficaz, junto con la vigilancia del cumplimiento de las leyes. El uso de “amigas y amigos” puede resultar muy aparente, pero ineficaz y, en ocasiones, ridículo. @mundiario