Vivimos en un mundo contradictorio, basado en intereses más que en ideas y principios, según ponen de manifiesto hechos sobre los que pasamos de puntillas.
China es el país que detenta la mayor cantidad de deuda de EE UU, país capitalista por excelencia y máximo exponente de las libertades.
e estima que 300 millones de chinos constituyen una clase media equiparable a la de los países occidentales, en tanto otros 1.000 millones malviven en el campo. Tras EE UU, China es el país con mayor número de millonarios.
Los líderes de los países más desarrollados se disputan la amistad del gobierno comunista chino, para recoger los bocados que caen de su mesa. En 1972, Nixon fue el primer líder mundial que visitó China. A su vez, cualquier país del mundo recibe con regocijo a los gobernantes chinos y de países árabes ricos, nada ejemplares en materia de libertades e igualdad de derechos.
El consumo exacerbado occidental es posible merced a los miserables salarios que perciben los trabajadores de los países más pobres, en los que sus empresas producen.
Los países opulentos preconizan la igualdad del hombre y la mujer en su propio mundo y olvidan que vivimos a costa del trabajo infantil y la desigualdad entre hombres y mujeres en el resto del mundo.
La evolución demográfica de los países occidentales es poco esperanzadora; sin embargo, en aras del bienestar, nos negamos a estimular el crecimiento demográfico y a admitir la inmigración.
La solidaridad a distancia está de moda, pero olvidamos, frecuentemente, la solidaridad con los más próximos.
La transparencia es un valor en alza, en tanto se permite la divulgación de falsedades a través de las redes sociales, amparadas bajo el anonimato, en aras de la libertad.
Las herramientas para la comunicación nos permiten acceder en tiempo real a lo que sucede en cualquier rincón del mundo, pero el individualismo y la soledad crecen.
El 15 de octubre del 2011, los indignados del mundo se manifestaron contra el orden económico mundial en más 600 ciudades de todo el mundo. En España, Podemos -cuyo propósito era poner fin a las desigualdades de “este país”- tuvo el apoyo de más de cinco millones de españoles, de los que una gran parte hoy se siente decepcionada, porque se han convertido en la casta que criticaban: palabras, luchas intestinas, caudillismo, actuaciones poco ejemplares, olvido de sus orígenes y mucho alboroto.
Promesas incumplidas y descontento general se extienden por todo el mundo, un mundo contradictorio que se resiste a revisar sus principios y estándares de vida. Sin embargo, tenemos derecho a creer en la esperanza. @mundiario