
La UE vive en una permanente contradicción. Una de ellas, consecuencia de su una dependencia energética de otros países -salvo las ventas de uno de sus miembros, Noruega-, fundamentalmente de Rusia, EE.UU, países del norte de África y Qatar.
La invasión de Ucrania ha servido para confirmar la incoherencia, pues Alemania, España, Francia, Países Bajos e Italia, siguen importando gas ruso y algunos de ellos con notable aumento de las compras.
Pusieron por delante sus intereses y olvidaron que entre los años 2017 y 2022 el presidente de Gazpron -la empresa gasista de la Rusia de Putin- fue el ex canciller socialdemócrata alemán Schroeder.
Se adoptaron sanciones de contenido muy variado contra Rusia, pero se siguió consumiendo su gas porque, de no hacerlo, se paralizaría la industria europea, el invierno sería duro con restricciones de calefacción y nadie está dispuesto a renunciar a una parte de su bienestar, aunque comparta fronteras con el enemigo.
Después de dos años de guerra, Rusia parece ganar terreno ante la carencia de medios de defensa de Ucrania. Y ante esta situación Macron ha proclamado en varias ocasiones la conveniencia de enviar tropas a Ucrania, ante el estupor de Alemania, EE UU y la OTAN.
Para contrarrestar esa iniciativa, la UE propone la imaginativa idea de dedicar los rendimientos de los recursos financieros congelados al Banco Central de Rusia, al suministro de material de guerra a Ucrania. ¿Por qué no lo hicieron hace dos años? Parece que el lobo de la estepa rusa se ha limitado a enseñar los colmillos y gruñir, o, al menos, así lo creen los dirigentes de la UE.
Como el gas ruso no resulta suficiente y, por otra parte, las dificultades para alcanzar los objetivos de la Agenda 2030 en cuanto a las energías limpias y sostenibles, son grandes, han declarado verde la energía procedente de minerales fósiles y la nuclear. Eso sí, de forma transitoria, e hipócrita, añadiría yo, porque el mundo de los verdes vive en la utopía.
Mientras, algunos europeos idealistas, utópicos, defienden el desmantelamiento de las centrales nucleares y siguen manteniendo la quimera energética de la Agenda 2030, pero viajan en coche, en tren, en avión, encienden la calefacción y el aire acondicionado, consumen textiles baratos, generadores de un elevado consumo de agua, energía y alto nivel de contaminación.
Mientras, americanos y rusos hacen negocio vendiendo energía a Europa.
Francia, más pragmática, mantiene en funcionamiento sus 56 modernas centrales nucleares, y los verdes se olvidan de las consecuencias que provocaría un accidente nuclear en los países limítrofes, dado que ahora, repito, transitoriamente, se trata de una energía limpia. En España son muchos los que participan de esta opinión y defienden que continúe el desmantelamiento de las nucleares, dos hasta el día de hoy y la de Garoña en proceso.
España hace otra aportación: la destrucción de presas y otras barreras fluviales. Según un informe emitido el año 2021 por Dam Removal Progress, en nuestro país se desmantelaron 108, casi la mitad que en Europa. Las causas son diversas -grietas y otras anomalías que pueden en riesgo su seguridad y finalización de las concesiones-, aunque, en el fondo, los verdes siguen siendo los defensores de que el agua de los ríos siga fluyendo por sus cauces naturales y truchas, cangrejos, anguilas y salmones vuelvan a poblarlos.
La UE y sus países miembros actúan en este y en otros asuntos de la Agenda 2030, con el desdén de la zorra de la fábula de Esopo, que, al saltar y no poder coger un apetitoso racimo de uvas, dijo solemnemente “No están maduras”, en vez de admitir con realismo la verdadera causa de su frustrado deseo. @mundiario
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