¿Recuerdan el artículo de Larra “Vuelva usted mañana”? Basaba su razonamiento sobre la burocracia española –añado yo la actividad privada- en la pereza.
Tengo la sensación de que en España se está extendiendo la pérdida de ilusión en el trabajo individual, por insignificante que éste pueda parecer.
Desidia o desilusión en los ayuntamientos. Las licencias de construcción se demoran más de 18 meses, con los consiguiente perjuicios para el empresario, empleo, proveedores y para la generación de impuestos; incluso las licencias para obras exigidas por un ayuntamiento. Lo mismo sucede en obras menores o licencias de apertura. No es infrecuente que demoren la liquidación del Impuesto de incremento de valor de los terrenos hasta una año y se quejan de penuria financiera.
¿Y la generalizada “atención telefónica” en bancos, seguros, sanidad y otros sectores? Si tienes el tiempo y la paciencia suficientes para sortear las opciones que plantea la máquina, te dicen: “nuestras líneas están ocupadas”. La pandemia ha sido la coartada para que la cita previa se haya instalado.
La justicia demorada es menos justicia. En los juzgados se amontonan los expedientes en armarios, estanterías, mesas y sillas, en la era digital. Naturalmente, hay causas que duran años.
Cuando recibimos una carta de la Agencia Tributaria para aclarar nuestras declaraciones de impuestos, observen que el plazo de prescripción está a punto de caer.
Las ayudas en el caso de catástrofes se anuncian en la visita oportunista, más tarde se concreta su importe, siguen con el “estamos trabajando”,… y tardan meses o años en llegar a los destinatarios.
La administración sanitaria se ha visto desbordada con la pandemia. Las plantillas son insuficientes, un porcentaje elevado está contagiado, se encuentran extenuados y con la moral por los suelos.
Se aprueban normas cuyo cumplimiento nadie vigila, y se las pierde el respeto. Las sanciones, cuando se producen, se pierden por los vericuetos burocráticos.
La decepción general está íntimamente relacionada con la temporalidad de los contratos de los trabajadores, que encadenan renovaciones por días o semanas. ¿Cómo se les puede pedir implicación con su trabajo –público o privado-, un trabajo bien hecho, trato correcto al cliente, disciplina, si hoy está aquí y mañana no se sabe?
Demandamos bienes y servicios de forma insaciable y a precios bajos; al mismo tiempo, reivindicamos mayores salarios, calidad en el empleo y consumo próximo.
Pero en aras de un consumo a bajo precio, toleramos una política empresarial de empleo y salarios precarios y disminución de plantillas, con la consiguiente pérdida de calidad.
A lo dicho hay que añadir actuaciones irresponsables individuales –absentismo laboral, falta de productividad, trabajo subterráneo-, empresariales y de las propias administraciones públicas que toleran y utilizan de forma ineficiente los recursos de todos.
La desilusión desmotiva, se transforma en falta de compromiso y termina en hastío. Los consumidores hacemos bueno el refrán “llámame perro y tírame pan”; los trabajadores ven un enemigo en el empresario; los empresarios mejoran sus cuentas de resultados reduciendo plantillas y prestando un peor servicio; las administraciones públicas, con frecuencia, miran y no ven la falta de implicación de sus funcionarios y caen en algunos de los vicios de la empresa privada, como el de la temporalidad.
¿Llegaremos al dicho “entre todos la matamos y ella sola se murió»? ¿Cómo se recupera la ilusión? Feliz 2022. @mundiario