Mi padre solía decir que los amigos se cuentan con los dedos de una mano; no lo entendía cuando era joven, hoy, lo comprendo y lo comparto.

Tendemos a confundir la relación con los compañeros de estudios, trabajo y diversión, con la amistad, cuando son cosas bien distintas. Hoy son muy frecuentes las relaciones clínex, de usar y tirar.

Pero, Dios me libre de mantener que son innecesarias o siempre inconvenientes; lo que quiero decir es que debemos ser conscientes de lo efímero y de lo permanente; de lo principal y de lo accesorio; del interés material respetable y de la entrega incondicional.

Con el paso del tiempo, las decepciones y la multiplicidad de relaciones personales vividas, nos hacen ver la realidad o, más exactamente, nuestra realidad y pasamos por un tamiz esas relaciones para mantener tan solo las verdaderamente auténticas.

Pero, ¿dónde está la autenticidad?, ¿qué es la amistad?

La amistad se advierte en la alegría de dar sin esperar y de permitir que el amigo sienta la satisfacción de darte a ti.

La amistad se encuentra, surge espontáneamente, cuando menos lo esperas e, incluso, cuando más lo necesitas. En cualquier lugar, de forma sencilla: ni la busques, ni la mendigues, porque recibirás un sucedáneo de la amistad.

En la amistad hay entrega, fidelidad, comprensión, perdón sin condiciones; la solidaridad, la tolerancia, el respeto, la cortesía, son otra cosa: carecen del calor y, en ocasiones, hasta de la sinceridad de la amistad.

La sinceridad, aunque lo que escuchemos no nos guste, es cualidad fundamental de la amistad: el amigo tiene el deber y el derecho de abrirnos los ojos ante los errores.

La amistad no obliga a la convivencia diaria; la amistad se parece mucho al trabajo del vigía, que observa y protege desde la distancia y sólo se aproxima o da la voz de alarma, si resulta necesario. La amistad respeta el espacio del otro.

La amistad es compartir alegrías y penas con quien gozará y sufrirá con nosotros.

La amistad se mantiene en el ámbito de lo restringido, sin alardes, sin algarabía, serenamente, sosegadamente.

La amistad es capaz de provocar reencuentros como el de los dos amigos surgidos de la imaginación de Sandor Marai en su estudio sobre la amistad en El último encuentro.

Me gusta comparar la amistad con el vino, porque en el cuidado de una y otro hay muchas similitudes que deben conducir a la mejora de la calidad con el transcurso del tiempo. Sigue el consejo de Pitágoras: “Si quieres vivir mucho, guarda un poco de vino rancio y un amigo viejo”. Tal vez te guste más esta ingeniosa idea de Woody Allen: “La amistad es como el amor, pero sin sexo». @mundiario
Link al artículo →

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.