Desidia, abandono, desinterés, dejadez, desgana, abulia, pasividad, indiferencia, … son algunas de las palabras que sirven para poner nombre a la idea que quiero exponer.

Puede tratarse, naturalmente, de una apreciación que tenga poco, o nada, que ver con la realidad, pero siento que en España se ha perdido la ilusión por hacer, decidir, cumplir compromisos y obligaciones, ser diligentes en nuestras respectivas tareas, asumir las responsabilidades inherentes a la posición de cada uno en la sociedad, en la familia, en la política, en el trabajo.

Añadiré, en aras de la realidad y la justicia, que hay servidores, públicos y privados que viven la vida conforme a la genial reflexión de Rabindranath Tagore:

“Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría”.

La alegría y la ilusión de servir a los demás no se esfuma de forma repentina, sino que se asemeja a una silueta que se adentra en la niebla y paulatinamente va perdiendo nitidez, hasta que desaparece totalmente. A partir de ese momento aparece la dejadez, la desgana, la falta de interés por hacer las cosas y hacerlas bien.

Servir es ocuparse de los demás, decidir, asumir responsabilidades, no eludirlas y endosárselas a los otros, poner el hombro para que alguien encuentre apoyo, consuelo o solución, empatizar, colaborar en la búsqueda del bien común; en fin, convertir en realidad esa frase tan popular de “sirve a…y no te sirvas de…”.

Naturalmente, la pasividad en el trabajo, en la actividad profesional, suele estar generada por el entorno, tanto el más distante, como el más próximo. En cuanto al primero, podríamos referirnos al ambiente general de enfrentamiento, crispación e irritación que vive la sociedad española y la corrupción que la impregna; la actitud irresponsable y pasota de algunos políticos, que se limitan a seguir consignas y divulgar lemas; su falta de realismo en cuanto a los problemas reales, cotidianos, de los ciudadanos, tales como precios, vivienda, empleo, sanidad, educación, seguridad, etc.

En el entorno más cercano, la ilusión por el servicio puede desvanecerse por la inestabilidad del empleo; horarios y otras condiciones de trabajo imposibles de controlar por falta de voluntad y medios de inspección; etc.

Si a ello se une el que se acude al trabajo con la mochila personal o familiar – llegar a fin de mes, atención a los hijos y mayores o conflictos familiares-, la pérdida de alegría e ilusión adquiere mayores proporciones.

Las consecuencias de la pérdida colectiva de la idea de servir a los demás la padecemos los sufridos destinatarios de los servicios: trato impersonal, esperas interminables, malas caras, servicio inadecuado, …

Y esto sucede, tanto en el ámbito público como en el privado, porque nos hemos olvidado, y las circunstancias del entorno han colaborado decisivamente a ello, de que el servicio a los demás es lo que, de verdad, da sentido a la vida de cualquier ser humano. Y esto no es cuestión de derechas o de izquierdas, de ricos o pobres, jóvenes o mayores, creyentes, ateos o agnósticos, inmigrantes o nativos.

No olvidemos el sabio principio -para algunos, tal vez, utópico- de Tagore: soñar que la vida es alegre, despertar y percibir que la vida es servicio y servir para convencernos de que el servicio es alegría,…para volver a empezar. Lo que no significa admitir que el mundo que nos rodea, es ideal y perfecto.@mundiario
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.