Que el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol, patrón de España, no sea festivo en todo el Estado, no disminuye el significado de su figura.
Cuando a principios del siglo IX apareció en el fin del mundo entonces conocido, un sepulcro rodeado de misterio, los reinos cristianos eran acosados permanentemente por el Islam. Las reliquias encontradas, atribuidas a Santiago por el Rey Alfonso II y el obispo Teodomiro, actuaron de revulsivo en la lucha contra el invasor: si los musulmanes conservaban en la Mezquita de Córdoba restos de un brazo de Mahoma, los cristianos custodiaban el cuerpo de uno de los apóstoles más cercanos al Señor. La necesidad de creer y la Fe hicieron el resto.
A partir de ese momento la lucha de los reyes cristianos contra el Islam, se ve envuelta en la leyenda sobre la figura del Apóstol y su protección: Coimbra, Clavijo, Hacinas, Las Navas de Tolosa… Comenzaba la Reconquista y nacía el embrión de España.
Compostela se convierte en centro de peregrinación de la Cristiandad, junto a Jerusalén y Tierra Santa. Cristianos procedentes de lugares remotos atraviesan Europa o navegan desde el norte –Islandia, Islas Feroes, Islas Orcadas, países escandinavos, Inglaterra, Irlanda o norte de Alemania- para postrarse ante el sepulcro del Apóstol símbolo de la lucha contra el Islam.
Este movimiento de gentes generó una enorme riqueza espiritual en toda Europa, expresada a través de la arquitectura, la escultura, la pintura o la literatura. Se erigieron centenares de templos bajo la advocación de Santiago; los peregrinos constituían en sus lugares de origen cofradías para ensalzar la figura del Apóstol; la vieira, emblema del caminante a Santiago, aparece en excavaciones arqueológicas de numerosos países europeos, en sepulturas, escudos y sellos de nobles.
La peregrinación fue una corriente enriquecedora, bidireccional, entre la Europa oriental y la occidental, difusora de costumbres y corrientes culturales, políticas y de pensamiento.
Se atribuyen a Goethe las frases: “Europa nació en la peregrinación y la cristiandad es su idioma materno” y “Europa se hizo peregrinando a Santiago”. En su obra autobiográfica Poesía y verdad, incluye referencias a vestigios jacobeos existentes en Fráncfort, su ciudad natal, corazón de Europa.
Aunque el nacimiento del fenómeno jacobeo estuvo basado en gran parte en la tradición, hasta alcanzar niveles de leyenda, como dijo Chesterton, “Para que exista una tradición se necesita una verdad.” ¿Cómo explicarse, si no, el que, durante trece siglos, numerosísimos escritores españoles y extranjeros dedicaran miles de páginas al mundo jacobeo?
El Camino de Santiago es elemento vertebrador de Europa y de afirmación de sus raíces cristianas. La UE, con sus vacilaciones, incertidumbres, errores y controversias, no debería olvidar su origen cristiano: la mayor parte de sus fundadores –Adenauer, de Gasperi, Monnet o Schuman-; su bandera de doce estrellas, alusivas a los doce apóstoles, las tribus de Israel y las estrellas que coronan la imagen de la Virgen en una vidriera de la Catedral de Estrasburgo; su himno, basado en la Novena Sinfonía de Beethoven, inspirada en el poema de Schiller Oda de la Alegría, una exaltación de la fraternidad que debería reinar entre todos los pueblos.
El Camino ha sido y es nexo de unión entre los pueblos, y hoy, en el mundo de bloques en que vivimos, debería serlo más que nunca. @mundiario
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