La ciencia y la historia conocida nos informan de la existencia de devastadores fenómenos naturales, desde tiempos inmemoriales: glaciación, desglaciación, diluvios destructores, movimientos sísmicos en la tierra y en los océanos, fuertes sequías, huracanes, inusuales elevaciones de la temperatura, ciclones, huracanes y tifones, caída de meteoritos, entre otros.
A las catástrofes naturales hay que añadir, sobre todo a partir del pasado siglo, las provocadas por el hombre, derivadas de lo que llamamos progreso, que amenazan seriamente el futuro de la tierra.
Nada más lejos de mi intención rechazar el desarrollo de la ciencia, la investigación y la tecnología, ni participar en discusiones con los movimientos del cambio climático y los ecologistas, que pretenden un futuro limpio -en el más amplio sentido de la palabra-, aunque, paradójicamente, sus defensores no prescinden de ninguno de los bienes que utilizan cada día y cuya producción ha generado deterioro de la naturaleza: si lo hicieran, quedarían –y quedaríamos todos- con las vergüenzas al aire.
Contemplar cada día el fenómeno volcánico de la Isla de San Miguel de la Palma, su fuerza devastadora, la imposibilidad humana de enfrentarse a él –aunque sí prevenir o paliar los daños, sobre todo a las personas-, su avance lento pero inexorable… me han hecho reflexionar sobre este tema; al tiempo que me he quedado embelesado ante su esplendorosa y trágica belleza, su potencia incansable, su luz, sus rugidos, su vida…
LA HUMANIDAD SIGUE EMPEÑADA EN ENFRENTARSE A LA NATURALEZA
A pesar de estas frecuentes llamadas de atención de la naturaleza, la humanidad sigue empeñada en creer que la ha dominado, en enfrentarse a ella, pretender cambiar su curso y sus leyes en determinados ámbitos de la ciencia y la investigación, y servirse de ella de forma inmoderada. Sé que alguien podrá atribuirme una condición troglodita, idealista o utópica, no me importa.
El ser humano, ante la naturaleza, es menos capaz que una hormiga que pretendiera dar la vuelta a la tierra. Habría que reflexionar acerca de la conveniencia de que la investigación mantuviera una actitud más humilde, prudente y previsora en la medida de lo posible, conscientes de que no son fáciles de medir las consecuencias de su violación .
La humanidad, individual y colectivamente, deberíamos exigirnos esta actitud, y evitar retar a la naturaleza, repensar determinados objetivos personales con los que llenamos el vaso de nuestra autocomplacencia, redefinir lo que hasta ahora entendemos por progreso, tras valorar los costes y las consecuencias de la actual forma de entenderlo.
No deberíamos olvidar el proverbio árabe: “La naturaleza nos da las dotes sin pedir nada a cambio, pero nos las quita sin pedir permiso.” (proverbio árabe). @mundiario
Link al artículo →