Fundamentar la vida familiar, una profesión, el ejercicio de la política o cualquier otra actividad sobre el pilar de la mentira, es deleznable y digno de desprecio.

Entendida la mentira en su primera acepción –“expresión contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente”-, quien vive de ella o con ella se convierte en esclavo del compromiso íntimo de mantenerla oculta.

Quien miente, desearía que los hechos se produjeran como él los concibe y no como son, conducta que, tal vez, pueda responder a una patología.

Quien miente, suele hacerlo con “su verdad” por delante, porque no cree en la verdad, sin adjetivos; la verdad no es mía, tuya, suya, nuestra, vuestra, de ellos. La verdad es única y nadie puede atribuirse su propiedad.

Quien miente, acostumbra hacerlo retorciendo la verdad, manipulándola y ocultando aspectos de ella. En suma, quien miente disfraza la verdad y por ello es un falsario.

Quien miente, suele hacerlo en busca de beneficio propio –ya sea material, poder, imagen, o por mera maldad- con independencia del daño que cause a su alrededor. Quien miente, carece de empatía y actúa con frialdad.

Quien miente, trata de eludir responsabilidades porque le falta la gallardía y la humildad necesarias para reconocer sus errores y limitaciones. Quien miente, es altanero.

Quien miente por servilismo, adulación o agradecimiento es merecedor de reprobación; lo mismo que el beneficiario de su mentira, por consentirla y no reprobarla.

Quien miente, desprecia a sus adversarios y actúa con soberbia y arrogancia porque los considera incapaces de conocer la verdad.

Quien miente ocultando la verdad, carece del coraje y la decisión necesarios para revelarla, y con su silencio la corrompe y se corrompe él mismo. Quevedo lo expresó con sarcasmo, acritud y claridad:

Pues amarga es la verdad,

quiero echarla de la boca;

y si al alma su hiel toca,

esconderla es necedad.

La verdad es lo que es

y sigue siendo verdad

aunque se piense al revés.

El mendaz, embustero y farsante es merecedor de aborrecimiento; el que yerra y se disculpa se hace acreedor del perdón; la verdad, sencillamente, se acepta, porque, de no hacerlo, se impondrá con su propia fuerza, antes o después.

Sabia reflexión la del filósofo Anaxágoras: “Si me engañas una vez, tuya es la culpa. Si me engañas dos, es mía.” @mundiario

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.