La cadena de sentimientos de rencor, odio, ira, venganza, suele resultar peligrosa en las relaciones personales y en la convivencia social.
El resentimiento contra alguien, hasta que alcanza el grado de rencor, con el consiguiente arraigo y dificultad para ser erradicado, se desarrolla en el tiempo bajo circunstancias que permiten su crecimiento: frecuentes desencuentros que se transforman en enfrentamientos, displicencia y arrogancia con las ideas de los demás, descalificaciones personales, recuerdo permanente del pasado ingrato,…
La segunda fase de este encadenamiento de sentimientos es la antipatía y aversión hacia alguien, a quien se llega a desear el mal; es decir, el odio, un mal consejero, mezcla peligrosa de fobia y rabia que, en un proceso acumulativo prolongado, hace que anide en el cerebro de quien lo siente, la ciega ira, caracterizada por la irracionalidad y el deseo de venganza cuando se advierte que al adversario no le sobrevienen los males que para él se desean.
Naturalmente, cuando el vaso de la ira se llena y rebosa, sobreviene la venganza. ¿Qué se puede esperar de la venganza?; sus consecuencias son variadas, imprevisibles y nunca deseables.
El proceso, en nuestra sociedad, está en marcha desde hace al menos dos años, aunque no sabría decir en qué estadio del mismo nos encontramos. Todos participamos en él – cada español individualmente, tertulianos, medios de comunicación-, no solo la clase política; porque colaboramos en la intensificación de los sentimientos indicados mediante insultos, descalificaciones, chistes y bromas de mal gusto, difusión de mentiras y medias verdades, recuerdo permanente de hechos negativos hasta convertirlos en un boomerang, falta de respeto, personalización de los agravios,… y toda una larga lista de circunstancias agravantes que cada uno podrá ampliar a su gusto, que difundimos de forma irresponsable.
La escenificación de la situación se ha producido durante los meses que hemos necesitado para llegar a la definitiva investidura del Presidente del Gobierno el pasado día 7 y, naturalmente, en la propia investidura. Espectáculo lamentable, triste, preocupante e impropio de quienes dicen que nos representan –yo, al menos, no quiero esa forma de representación: gritos, aplausos extemporáneos, interrupciones permanentes, falta de rigor en la dirección de la sesión y confusión entre el derecho a expresar libremente las ideas y el obligado respeto al reglamento del Congreso de los Diputados.
Nosotros, el pueblo llano, somos culpables de este enrarecido ambiente, cuando colaboramos en la exacerbación de los ánimos, de forma frívola e irresponsable, con mensajes enviados y reenviados a familiares, amigos, conocidos y a todo aquel que un día tuvo que facilitarnos su número de teléfono.
Me gustaría estar equivocado. @mundiario