El personal de la sanidad pública española recibe cada día aplausos, halagos y reconocimientos, en sus centros de trabajo y desde los balcones de los hogares españoles, como muestra de agradecimiento de los ciudadanos de a pie, por su trabajo durante la gravísima crisis sanitaria que vivimos.
A su profesionalidad, hay que añadir su abnegación, que les hace olvidar sus propios afectos e intereses, en beneficio de otras personas. Muchos viven apartados de la familia para dedicarse totalmente al trabajo; otros, conviven con ella, pero con el temor del contagio. Miedo justificado por la precariedad de los equipos de protección y los más de 26.000 contagios entre el personal de la sanidad y los 26 fallecidos.
Otra manifestación de su abnegación es el olvido de horarios y duración de la jornada laboral, ante el ingente trabajo que tienen ante sí y la precariedad de recursos, sin que del colectivo haya salido una queja pública o una solicitud de compensación.
Tal vez el aspecto más digno de encomio sea su relación con el enfermo, reflejada por los medios de comunicación, en los que se aprecia su deseo de crear un entorno lo más agradable posible y la celebración de su recuperación. También sufren por realizar su labor con recursos precarios, decidir qué enfermo ocupa la cama libre de la UCI, convivir con el dolor que sus semejantes padecen en soledad, y para paliar ese desamparo ofrecen su sonrisa o su caricia.
¡Qué decir de la relación con las familias de los que fallecen!, cuando tienen que comunicar el suceso y se constituyen en hombro en el que recuesta su dolor quien no ha podido despedirse de sus padre, madre, hijo o esposo,…
Podemos sentirnos orgullosos de ellos, pero… eso no sería ni justo ni suficiente si hablamos de las relaciones con su patrón, la administración pública. El personal de la sanidad pública a nivel estatal según datos del año 2017 (Registro Central de Personal) ascendía a 499.000 personas, de las cuales 285.000 eran personal funcionario, 14.000 personal laboral y 200.000 “otro personal” – eventuales, interinos y no escalafonados.
Sobran los comentarios, ante un 43 % de personal sin estabilidad laboral. Pues bien, a pesar de la incertidumbre familiar que ello supone y de la posible desmotivación que podría comportar la inestabilidad de su empleo, la entrega de unos y otros, 57 y 43 %, ha sido y está siendo absoluta, abnegada, ejemplar. A ellos se les aplicaría con toda justicia la expresión del Cantar de Mío Cid que dice “¡Dios, qué buen vasallo, si oviesse buen señor!
¿Quién puede entender que la Administración Pública mantenga a un funcionario durante años –en casos concretos hasta 14 años- como interino?, ¿cómo puede aceptarse la existencia de personal contratado por días, mediante contratos sucesivos?, ¿cómo se puede afirmar que en una determinada comunidad autónoma se aumenta el número de plazas en el ámbito sanitario en 3.500 a través de una Oferta Pública de Empleo, si todo el mundo sabe que no van a trabajar 3.500 personas nuevas, sino a adquirir plaza de funcionario los que ya estaban trabajando?
El más justo reconocimiento a los sanitarios españoles, por parte de las administraciones públicas, debería consistir en buscar la fórmula adecuada para regularizar la situación de esos más de 200.000 trabajadores del sector, abnegados profesionales, como está poniendo de manifiesto la situación que vivimos, que les permita adquirir la condición de Personal funcionario, sin tener que demostrar mediante una oposición lo que están demostrando cada día. Con ello se lograría romper, una vez más, la desigualdad entre las “Españas” real y oficial.
Cada vez que salgamos al balcón a las 8 de la tarde, pensemos que lo hacemos también para exigir lo que es justo. @mundiario