Admito que soy reincidente al tratar el tema de la mentira, espero que ustedes me disculpen; podría parecer que me conformo con denostar la mentira y olvido la proclamación de la verdad.

Pues tal vez sea así, pero deberíamos empezar por no contar falsedades, patrañas, embustes, con el propósito de denigrar a alguien. Las falsedades siempre tienen como objetivo dañar el prestigio de alguien, sean personas o instituciones.

Una mente malévola, con interés directo o indirecto en producir desdoro, inventa unos hechos y los disfraza con una profusa apariencia de veracidad. El paso siguiente consiste en conseguir la máxima divulgación, para que el daño infligido al adversario, o enemigo, sea el mayor posible.

En el mundo actual -acertadísima la ya antigua expresión de “aldea global”-, en el que se conocen en tiempo real todos cuantos chismes y acontecimientos serios suceden en cualquier rincón del mundo, como sucedía antaño en los patios de vecindad y en las corralas madrileñas, el efecto multiplicador de la difusión es enorme y mínimo el tiempo en el que se consigue el daño.

Las mentes perversas creadoras de infundios, cuentan con el importante aliado de las redes sociales, máxima expresión de la libertad en la sociedad actual, que amparan el anonimato del alquimista creador de la mentira en la cueva de la impunidad, pues resulta difícil saber dónde, cuándo y quién la crea.

Las únicas formas de controlarlos son la censura o prohibición de las dictaduras, el sentido de la responsabilidad de las propias redes y sus usuarios, una utopía, y la persecución cuando se aprecia delito. Esto que, aparentemente parece sencillo, en la práctica es tarea complicada, la prueba es que las mentiras proliferan como las setas en otoño, producen daño, se inventan otras y siempre encuentran colaboradores interesados en el tema concreto. Hemos llegado a una situación en que las consideramos bromas.

Si al alquimista creador de la mentira podemos calificarle de perverso y hasta, en determinados casos, como delincuente, a sus colaboradores necesarios deberíamos declararlos inconscientes e irresponsables. Inconscientes, por no detenerse a analizar el grado de veracidad de lo que reciben y reenvían, e irresponsables, porque no se detienen a pensar en el daño que pueden causar sobre el crédito de personas o instituciones. Y es que en el fondo, quienes adoptan este comportamiento, desearían que los hechos fueran como los que ellos replican, para herir, hasta machacar, al adversario.

Generalmente, estos irreflexivos usuarios, cuando alguien les hace ver el error en que han incurrido, lo ponen en duda, con el frecuente argumento: “me lo ha enviado mi amigo…”; sin pensar que al pulsar “reenviar” su amigo ha actuado con la misma inconsciencia e irresponsabilidad que él. Este comportamiento imprudente, tan extendido, es, en mi opinión una de las causas que explican el grado de resentimiento, crispación e intolerancia en que estamos inmersos hoy. Y es un proceso que se auto alimenta mediante el proceso acción-reacción. Por lo tanto, todos somos culpables y podríamos hacer algo por evitarlo. O, tal vez, es solo una moda, una forma de ocupar el tiempo, cuando ni tenemos nada que hacer ni se nos ocurre algo mejor. @mundiario

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.