Parece que estamos en la normalidad -aunque yo diría que seguimos en la normalidad- de los excesos habituales de una parte de la juventud practicante del botellón.

El pasado fin de semana, 25.000 jóvenes celebraban el comienzo del curso de la Universidad Complutense de Madrid, con un botellón en el campus, fórmula, por cierto, que dice mucho a favor de los asistentes y de su interés por los estudios. Al día siguiente el “campus de batalla” era desolador, aunque con la agradable imagen de un grupo de estudiantes voluntarios haciendo tareas de limpieza. En el campus de la Universidad Autónoma de Barcelona fueron 8.000 y del de Valencia no dieron cifras los medios de comunicación.

La policía, por lo que se vio, estuvo de miranda, porque 200 agentes para semejante multitud es “como el que tiene tos y le tocan la marcha real”, expresión muy utilizada por mi madre; vamos, que no sirve para nada.

Me llama la atención el hecho de que, sabiéndose que el botellón está prohibido y que había sido convocado a través de las redes sociales, no se tomaran medidas disuasorias. Y no me refiero a la porra y a las bolas de goma, sino al uso de los camiones con chorros de agua a presión, utilizados en otros tiempos en España y, hoy, en otros países.

Si actos como estos y otros parecidos, que están prohibidos, no se vigilan, no se disuade a los asistentes y no se les sanciona de forma ejemplarizante, las normas de convivencia no sólo son inútiles, sino que se las pierde el respeto, cosa bastante grave.

¿LA JUVENTUD MEJOR PREPARADA DE NUESTRA HISTORIA?
Con frecuencia oímos decir, generalizando, que la juventud actual es la mejor preparada de nuestra historia, pero omitimos añadir que una parte de ella ha perdido el norte, la ilusión, las ganas de salir adelante, la tenacidad, el sentido del esfuerzo, y desea conseguir sus objetivos de forma cómoda y rápida: “pasármelo bien”. Forman parte de una generación blandita, acostumbrada a exigir e incluso imponer a sus mayores –hasta podríamos calificarla de tirana-, que no admite consejos.

A ellos hay que añadir otro grupo, que alcanza en torno al 20 % de los jóvenes, que ni estudian ni trabajan y disponen de 24 horas al día para el ocio; y ya se sabe, “la ociosidad es la madre de todos los vicios”.

La legislación educativa no parece colaborar demasiado en el fortalecimiento de la cultura del esfuerzo y el trabajo, máxime con el sistema recientemente implantado de pasar al curso siguiente con más de un suspenso -incluso, obtener determinadas titilaciones- y banalización del engaño de copiar; añadamos la falta de respeto a profesores y alumnos en determinadas escuelas, que no suele tener mayores consecuencias.

No se oye hablar demasiado de la dedicación de las ansiadas ayudas europeas a la investigación y a la enseñanza a todos los niveles, incluida a la formación profesional, que es como una especie de apartadero para los que no sirven para otra cosa.

Hay consenso social y político en cuanto al reconocimiento del problema que a largo plazo planteará la juventud conocida como “nini”, pero se hace poco por resolverlo.

A quienes defienden con expresiones como “todos fuimos jóvenes”, “tienen que expansionarse”,…,la forma en que se divierten algunos jóvenes, lo que pensaba Aristóteles sobre este tema hace 2.300 años: “Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta”. @mundiario
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.