No me referiré en la reflexión que sigue a la esencia de la Navidad, fiesta cristiana fundamental por lo que representa, cuya conmemoración queda en el corazón del creyente. ¿Cuántos?, cada día menos, pues estas fiestas, en cuanto a sus manifestaciones públicas, han regresado a la antigua Roma y sus fiestas saturnales o fiestas de invierno. Obsérvese que prácticamente han desaparecido los elementos de ornato relacionados con la Navidad, la cristiana, naturalmente, no “las navidades” de hoy. Estamos inmersos en tiempo de algarabía, celebraciones, fiestas, reuniones familiares y de amigos, regalos, luces, compras, serpentinas, confeti y toda una gran variedad de elementos con los que adornar calles y hogares.

A vista de pájaro el ambiente es de júbilo, compañía y fraternidad. Sin embargo, con alguna frecuencia, se trata de diversión obligada, forzada por la necesidad de aparentar lo que no existe, de hacer lo mismo que la mayoría, de presentarse como uno no es, de expresar sentimientos que uno no experimenta. Y se transige -“sólo se trata de unas horas”-, con compañías que simplemente toleramos, comidas y bebidas que lamentaremos mañana, el obligado gorrito de feria o de Papá Noel y los collares de serpentinas de colores. En el fondo, estas celebraciones, cuando están vacías –naturalmente, no generalizo– nos hacen sentirnos solos en compañía, tal vez la expresión más triste de la soledad.

¿Qué es la soledad?; el diccionario la define con claridad: pesar y melancolía que se siente por la pérdida de algo o alguien. Podemos sentir nostalgia de los seres queridos que se fueron o no están, hueco que no llenan plenamente quienes nos acompañan. Quizá nos invada el pesar por lo que no conseguimos, o perdimos, en los meses pasados, y trataremos de evadirnos y olvidarlo durante unas horas. Habrá quien sienta desasosiego ante un futuro incierto o la sensación de habernos apartado del camino. ¡Cómo no!, habrá quien eche de menos un hombro en el que encontrar descanso, compañía, comprensión, escucha.

Y, así, pendientes de nuestro ombligo, olvidamos la soledad sin esperanza de los que viven sin compañía, de los enfermos, de los que sufren alguna de las esclavitudes de esta sociedad, de quienes tan solo desean una mirada o una palabra, de los que nacen y viven en la calle, de quienes no tienen un camino que seguir, … La celebración de la Navidad para los cristianos tiene un profundo significado de alegría y esperanza; con este espíritu, y con el respeto debido a quienes viven estos días de forma diferente: Paz y Bien para todos los lectores de MUNDIARIO. @mundiario

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.