Sin saber por qué, determinadas palabras y expresiones enraízan en el lenguaje popular hasta convertirse en frases hechas, coletillas, usadas en muchas ocasiones si ton ni son, machaconamente y sin añadir nada importante. Son como estar obligado a decir algo y no decir nada: tú mismo, vale, cuídate, ya te digo, el problema está ahí, más allá de; pues va a ser que sí, de alguna manera, ¿lo pillas?, ¿vale?, O.K., poner en valor… y tantas otras.
Su origen es diverso: una defectuosa traducción, generalmente del inglés; la ocurrencia de un humorista, el discurso de un político; el uso reiterado en un medio de comunicación… o el boca a boca iniciado por un ciudadano anónimo.
En cierto modo ponen de manifiesto un espíritu gregario y una actitud de seguidismo fácil. Y es que vivimos en la era de la simplificación relativista, del eslogan, las consignas y los lemas, con los que se pretende explicar pensamientos, sucesos o actitudes complejas. Con frecuencia, al manejar esas expresiones, no nos detenemos a reflexionar sobre su grado de oportunidad y racionalidad: las aceptamos sin más.
No hay más que oír a la clase política tras un acontecimiento importante. Cuando les preguntan por el tema polémico del momento usan frases breves o incluso una sola palabra: simplificaciones salidas de los argumentarios, que repiten hasta la saciedad.
Frecuentemente, estos latiguillos son el único argumento en una discusión o lo poco que se dice cuando no hay nada que decir: como no podía ser de otra manera, lo cierto y verdad, es lo que hay, es lo que toca, ya de digo, para nada, sí o sí… y punto, por ejemplo.
Hace unos años el paradigma de los latiguillos fue la expresión “talante, talante, talante”; con sus variantes “hay que tener talante”, “tiene talante”, “es un hombre de talante”. El DRAE define talante como “Modo o manera de ejecutar algo y disposición personal.”
Naturalmente, la manera de ejecutar algo o la disposición personal ante determinada situación, deben llevar su correspondiente determinante o adjetivo que concrete la forma en que se ejecuta o la actitud adoptada. Porque el talante puede ser positivo o negativo, liberal o autoritario, dialogante o callado, expresivo o inexpresivo, sincero o mentiroso, optimista o pesimista, profundo o banal… y pongan ustedes todas las actitudes que se les ocurran.
Sin esa precisión, el talante es un estado vacuo, absurdo y hasta irracional; vamos, algo así como un ser pasmado, embelesado y cara de no saber qué hacer. El talante, por sí solo, nada dice.
¡Y, cómo no!, ahí está el cordón sanitario, tan utilizado para aislar hoy a un partido, un grupo profesional o social, que se compatibiliza con predicar el valor del diálogo, el acuerdo, el pacto y la democracia.
¿¡Qué decir de la transparencia, que adornada con la prudencia y la discreción queda convertida en secreto!?
Luego están las modas: los galicismos oficializados, innecesarios, repetidos profusamente, como implementar -de implement-, empoderar -de empower-; nunca ha habido tanta resiliencia ni tanta sostenibilidad como desde el año 2014, cuando ambas palabras se incorporaron al DRAE.
¿Qué pensarán los matemáticos, incluso un niño de ESO, del crecimiento cero y del crecimiento negativo?
No puedo olvidarme del reciente y esnobísimo “te lo compro” o “eres de los que compras”; más de una vez he tenido que decir al interlocutor: yo no compro nada, tengo mis propias ideas.
En fin; criticamos a los jóvenes por el uso del copiar y pegar en los trabajos escolares, sin percatarnos de que los adultos lo ponemos en práctica cada día en el lenguaje oral, al repetir con frecuencia como loros expresiones cuyo significado desconocemos o que nada añaden a la conversación que mantenemos.
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