El desconocimiento, consciente o inconsciente, produce entre los adultos el mismo sentimiento que embarga a los niños al entrar en una habitación oscura: miedo.
Lo preocupante no es ignorar, sino no tener conciencia de la limitación que provoca: nos hará ser imprudentes en las opiniones, incurrir en errores y nos impedirá aprender.
¿Cuál es la solución? ¿No entrar en la habitación y olvidarnos de ella, correr el riesgo de lo desconocido o encender la luz y ver lo que hay en su interior?
Me centraré en la aversión de los adultos a hablar sobre determinados temas candentes del mundo en el que vivimos, ya sea para ocultar nuestra ignorancia, por la dificultad que entraña acometer el conocimiento de algo nuevo y porque carecemos de información.
La fobia hacia ideas, hechos o innovaciones, tiene mucho de ceguera voluntaria y de actitud irracional, porque nos negamos a conocer sin plantearnos el porqué.
La repulsión sobre determinados asuntos puede estar vinculada a experiencias negativas previas sobre situaciones similares, o a una visión negativa y pesimista, genérica o concreta, sobre lo que constituye la causa de nuestra huida.
Una ayuda para vencer ese miedo consiste en aplicar una pizca de curiosidad, afán por saber, descubrir, encender luces, abrir ventanas, observar… Este sentido de la curiosidad debe fomentarse desde la niñez -respondiendo adecuadamente a los infinitos ¿por qué? – y mantenerse hasta la vejez. El día en que se apague la luz de la curiosidad habremos alcanzado la vejez real.
La comodidad, la vida conocida y segura son enemigos de la curiosidad, que nos retraen del esfuerzo de encender la luz o abrir la ventana al mundo nuevo, bajo pretextos como “esto no es para mí”, “ya vi muchas cosas”, “no lo entendería”, “a mi edad…”. El riesgo cierto es el aislamiento del mundo en que vivimos.
Tecnología, inteligencia artificial, redes sociales, internet, criptomonedas, descubrimientos científicos, nuevas corrientes de pensamiento… pueden estar al alcance de los curiosos, a nivel divulgativo.
Es frecuente desentenderse sistemáticamente de estos temas y otros similares y hasta negar su futuro, cualidades o utilidad.
Las criptomonedas son consideradas por muchos como una estafa global, sin hacer nada por acudir a fuentes solventes que nos permitan acercarnos a esta realidad monetaria, en proceso de expansión desde que aparecieron en el año 2008, en plena crisis financiera mundial.
El oro, como respaldo de los billetes emitidos por los bancos centrales, desapareció hace años. El valor del dólar, la libra, el euro… depende de su oferta y demanda, según la confianza que merecen, así como por el nivel de aceptación como medio de pago y depósito de valor.
Las criptomonedas están “respaldadas” por la tecnología y los algoritmos, no existen físicamente, son anotaciones digitales encadenadas que garantizan la seguridad. Su valor está sometido a la inalterable ley de la oferta y la demanda, en función de su utilidad y de la confianza que inspiran.
Su diferencia con las monedas convencionales estriba en que el valor de éstas depende de la voluntad emisora de sus respectivos bancos centrales, Banco Central Europeo, Reserva Federal o cualquier otro.
Empresas internacionales y algunos países tienen una parte de su liquidez en criptomonedas; las repúblicas del Salvador y Centroafricana han adoptado el bitcoin como moneda de curso legal; instituciones de inversión financiera mantienen criptomonedas entre sus activos.
En suma, el valor de las criptomonedas no depende de las ideologías de los gobiernos, ni de sus políticas, ni de sus afanes de dominación.
Nos vendría bien, independientemente de la edad, pensar en lo que dijo el sabio Sócrates hace 25 siglos: “El secreto para cambiar es concentrar toda tu energía no en luchar contra lo viejo, sino en construir lo nuevo”. @mundiario
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A ti que te parecen las criptomonedas?