Los refranes y dichos populares reflejan la forma de entender la vida en un tiempo y en una sociedad determinada; son manifestación de la sabiduría popular, o filosofía popular y proceden de la repetición de sucesos, costumbres o comportamientos.
Naturalmente, el paso del tiempo hace que algunos pierdan vigencia y otros necesitan su adaptación o interpretación a la luz del tiempo actual, pero son muchos los que conservan la esencia de sus principios.
A la enseñanza perdurable de los refranes se añaden las frases con impacto acuñadas por personajes históricos, investigadores, pensadores o escritores. Recientemente he leído una reflexión de Santiago Ramón y Cajal que me ha invitado a pensar sobre su contenido: “Nada me inspira más veneración y asombro que un anciano que sabe cambiar de opinión.”
Da por sentado que el Mayor que cambia de opinión lo hace porque intenta estar al día, aprender para comprender la sociedad en la que vive, aunque no comparta todo lo que ve.
También confirma que la vida debe ser un proceso permanente de aprendizaje, según confirma la sabiduría de rancios refranes españoles como “estase el viejo muriendo y cada día está aprendiendo” y “más vale aprender de viejo, que morir de necio”, o el agudo grafiti callejero “un hombre no envejece cuando se le arruga la piel, sino cuando se arrugan sus sueños y esperanzas.”
El ser humano llega a la frontera de la vejez cuando pierde el entusiasmo por aprender, cuando cierra, o se le cierra sin intervención de su voluntad, la ventana de la curiosidad y deja de recibir los aires de nuevas costumbres, pensamientos, formas de vida, corrientes sociales y culturales, descubrimientos científicos, …
El asombro y la veneración de Ramón y Cajal surge porque el Mayor, pese a su edad, sigue reflexionando sobre sus actitudes ante la vida y forma de pensar en determinadas cuestiones, y, cuando llega a la conclusión, tras un debate interior contra su propio orgullo, de la conveniencia de cambiar de opinión sobre algunas de ellas, lo hace sin temor y con decisión. Profunda lección de humildad.
Esta reflexión y este ejercicio de humildad, que surgen de la capacidad de observación a lo largo del tiempo, nos permiten comprender en su plenitud una gran parte de lo que aprendimos durante la juventud y la madurez.
Reconocer el error supone reconciliarse con la verdad, y acercarse a la felicidad -que “…es la primera obligación de todo ser humano”-, al tiempo que aspirar a la segunda, que, según Mario Moreno, consiste en hacer felices a los demás.
La verdad y la felicidad alcanzadas le permitirán al Mayor mantenerse alegre, hacer bueno el refrán “La alegría rejuvenece, la tristeza envejece” y continuar el permanente aprendizaje y adaptación a cada tiempo, a pesar de la edad. @mundiario
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