La fidelidad implica el respeto ante el otro, de unas normas o principios que hemos prometido cumplir, ya fuere de forma tácita o expresa. Surge en los vínculos familiares, de la amistad, comunidad de ideas y pensamiento, afecto, trabajo…

Tiene que ver con el sentido del honor y el respeto a la dignidad de uno mismo, y con la propia conciencia. De ahí que, al hablar de infidelidad, o deslealtad, no podamos asociarla al concepto de delito, pero sí, desde luego, merecería el reproche de quien siente defraudada la confianza depositada en una persona o institución.

La fidelidad nada tiene que ver con el sometimiento o el vasallaje; debe cimentarse sobre la libertad consciente asumir el cumplimiento de los principios y obligaciones mediante las que nos hemos ligado a otra persona o institución. Pretender obtenerla por la vía de la imposición, del miedo o del control generaría una permanente duda y daría al traste con la relación.

Tal vez el punto de partida de la fidelidad consista en ser fiel a los propios principios.

Quien asumió libremente el compromiso que supone la fidelidad, puede darlo por finalizado, pero nunca debería defraudar, engañar, falsear, ocultar o fingir el merecimiento de la confianza que la otra parte depositó en él. El propio principio en que se basa la fidelidad exigiría la comunicación del final de la lealtad y hasta la justificación de la causa.

La lealtad se gana y otorga con el trascurso del tiempo, por el respeto mutuo y por el convencimiento de cada parte acerca del motivó por el que merecía la pena realizar determinada elección.

No está reñida con la autonomía de la voluntad; más bien, al contrario, las partes deben concederse y respetarse espacios recíprocos de libertad y conciliar, con firmeza y flexibilidad, los compromisos asumidos.

La lealtad, con frecuencia, se apoya en la admiración al otro.

Nunca podrá gravitar sobre las circunstancias de este o aquel momento, sino sobre principios y convicciones no circunstanciales, permanentes.

La lealtad, ni es ciega ni es muda, por lo tanto, nunca puede constituir obstáculo para la manifestación sincera de la propia opinión, guste o no al interlocutor; ocultarla supondría el comienzo de la pérdida de la confianza, ante el temor a la reacción del otro.

Quien es leal mirará al otro con humildad y sano orgullo, el desleal mirará hacia el suelo con soberbia o desprecio.

La fidelidad es uno de los pilares fundamentales de las relaciones personales e institucionales de todo tipo, como medio para procurar una sana convivencia.

Hoy, la fidelidad, la lealtad, se ha convertido en cirio con pábilo corto, pues las relaciones tienden a buscar el interés propio y lo material, se alcanza pronto el hastío por la permanente búsqueda de algo nuevo y, frecuentemente, se fundamentan en la banalidad, la rutina y la inestabilidad de los compromisos.

Ortega y Gasset dijo que” La lealtad es el camino más corto entre dos corazones”, frase hermosa, pero en la que no se contempla la lealtad a instituciones, en sentido amplio, e ideas como la patria y sus símbolos.
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.