La opción de la soledad, cuando es elegida libremente y con carácter transitorio o periódico, es muy saludable, porque crea un ambiente propicio para la reflexión personal y toma de decisiones, al tiempo que limpia los efectos que produce sobre nosotros cada día en forma de confusión, la vorágine de personas con las que tratamos, conversaciones que escuchamos y noticias de los medios de comunicación, por ejemplo.
Por otra parte, esta opción de la soledad es una gimnasia física y mental, conveniente, porque nos permitirá vivir con una cierta naturalidad y menor ansiedad, la soledad impuesta por las circunstancias.
Esta forma de soledad sobrevenida, inesperada, a la que acabo de aludir, puede tener orígenes diversos, que no siempre dependen de quien se encuentra en semejante situación: pérdida de la familia, enfermedad, falta de compañía personal, caída en el pozo de las adicciones, pérdida del trabajo, y tantas otras.
También existe la soledad en compañía, tan frecuente hoy: son muchos los seres humanos que se sienten solos entre el bullicio, los amigos, la pareja o la familia, cuando se produce un cortocircuito en las relaciones, que destruye la cercanía emocional, el compartir, no sólo espacio, sino también ilusiones, opiniones y proyectos.
Desde hace uno año ha adquirido enorme y triste notoriedad la soledad derivada de la pandemia, por el confinamiento impuesto por las autoridades, el aislamiento voluntario ante el temor a contraer la enfermedad, la necesaria cuarentena o el mayor aislamiento de las personas que ya sentían la soledad. Este es el momento en el que la gimnasia mental previa sobre espacios y tiempos de soledad, puede servirnos de gran ayuda, por la fuerza que aporta, por las rutinas libremente elegidas que llenan el tiempo y la mente y porque nos permite comprender mejor la soledad de los demás.
¿Qué decir de la soledad de las personas aisladas durante semanas en hospitales, alejadas del contacto con familiares y amigos, sin una palabra de consuelo, de ánimo, sin una caricia que haga más llevadero el dolor, sin recibir una mirada de comprensión y estímulo? Naturalmente el personal sanitario hace lo que puede emocionalmente, además de dar sus cuidados profesionales, y la sociedad se lo agradece. ¿Cómo dolerá la muerte de un ser querido, o cercano, sin poder acompañarle?
Algunos medios de comunicación han publicado recientemente una conmovedora fotografía, la que ilustra esta columna, emocionado recuerdo a cuantos han hecho el tránsito en soledad por la covid-19. Me he decidido a incluirla, después de saber que la hija del matrimonio formado por Margaret y Derek, la había enviado al Manchester Evening News.
Unas manos rugosas que se dedican una última caricia, quizá tan placentera como lo fue la primera; las lágrimas en sus rostros reflejan la certeza de que el final está próximo; la leve incorporación de Derek, que parece resistirse a separarse de quien fue su compañera durante setenta años. Ellos tuvieron la dicha de romper su soledad y poder cumplir el deseo de la despedida.
¿Dramática, emocionante, folletinesca, dura e innecesaria su publicación? Cada uno tendrá su opinión, yo la muestro como una lección ejemplar.
Aún me queda otra pregunta. ¿Qué pensarán los negacionistas y los transgresores insolidarios ante esta imagen? Por si se quedan mudos, yo les diría: esta es la realidad de lo que ustedes niegan y las consecuencias de su egoísmo irresponsable. @mundiario