En más de una ocasión he hablado sobre la mentira, permítanme que lo haga una vez más, porque lo que se lee y oye cada día induce a reflexionar sobre una realidad que está adquiriendo carta de naturaleza, con el riesgo cierto de llegar a aceptarla como algo normal.
Más aún, corremos el riesgo de crear una “realidad” paralela, ficticia, falsa, como sucede ya con el metaverso, que permite a nuestro avatar vivir en un ambiente irreal. Entrar en ese mundo irreal puede llevarnos a confundir lo irreal con lo cierto y la mentira con la verdad.
Las relaciones sociales, políticas, culturales y de todo tipo, se han banalizado, y, a través de un puñado de caracteres, dirigentes políticos, económicos, comunicadores sociales y gente normal, expresan sus opiniones a través de las redes sociales; unas opiniones jibarizadas, simplificadas, que se difunden sin solución de continuidad como dogmas o lemas.
Hay que añadir el libre acceso de cualquier persona y la posibilidad de responder, opinar, insultar, difamar, desprestigiar, bajo una identidad falsa en función de sus objetivos e intereses.
Una vez creada la opinión inicial, se difunde a una velocidad de vértigo, con suma facilidad –tan solo una acción táctil-, sin detenerse a pensar ni en el contenido del mensaje recibido, ni en su nivel de credibilidad ni en la motivación del “creador” de la opinión o noticia.
En consecuencia, se trata de una acción negligente, irresponsable e irracional, de la que cada uno de nosotros podemos ser culpables. Además, se hace con cierta alegría y con un ingenuo sentido de la oportunidad, al pensar que hemos sido los primeros en conocerlo y los primeros en darlo a conocer a los amigos.
Un gran número de esos mensajes son mentiras a las que “el creador” rodea de una cierta apariencia de veracidad, modificando textos, disfrazando la procedencia, etc. En otras ocasiones se trata de verdades conocidas desde hace tiempo y conservadas ladinamente en un cajón, para darlas a luz cuando interesa y provocar el efecto perseguido, por ejemplo sobre el crédito de personas e instituciones.
Una variante, más profesional, porque implica la existencia de un medio de comunicación y un “periodista de investigación”, son las filtraciones procedentes de partidos políticos e instituciones del Estado, con el propósito, unos de obtener rentabilidad política, otros, con la idea de alcanzar un falso y mezquino crédito profesional. Mentira, frecuentemente, el llamado periodismo de investigación.
Otra faceta es la difusión de medias verdades, o medias mentiras; cuestión está verdaderamente grave, porque supone la manipulación de hechos o dichos; porque implica hipocresía, al dar apariencia tenue o neutral y porque se conoce la verdad, o la mentira, pero se carece del coraje necesario para desvelarla.
Habría que añadir otro matiz importante: la mentira es como una bola de nieve, pues cuando más se difunde, más crece y, en consecuencia, más daño puede hacer.
Frecuentemente, el motivo por el que no reflexionamos sobre la veracidad del mensaje, es el deseo malsano de que las cosas sean realmente como nos las cuentan. Tal vez haya en el subconsciente un chispazo goebbeliano que nos induce a creer que una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad, como pensaba Goebbels.
Este proceder, tan extendió, aviva la crispación social y parece conducirnos a un mundo irreal. @mundiario
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