La rutina – entendida como hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y de manera más o menos automática- en el trabajo, la familia o la amistad, si no va acompañada de una cierta dosis de empatía, ilusión o mínima creatividad, conduce a la abulia y puede llegar a convertirse en una esclavitud de la que será tanto más difícil liberarse, cuanto más prolonguemos la situación.

La llave de esa jaula está en nuestro poder: la imaginación, fundamental para iniciar cada día de forma creativa, diferente en algo al anterior; porque somos capaces de generar ilusiones a través de las cosas pequeñas, haciéndolas antes, mejor o recuperando aquello que habíamos olvidado o dejado de hacer; porque comprobaremos que el trabajo bien hecho, la generosidad, la entrega a los que nos rodean, hace felices a los demás y, sobre todo, a nosotros mismos.

Abandonar la prisión de la rutina debe empezar hoy, no mañana. Aunque en tu entorno nada cambie, si tú cambias de actitud, todo cambiará.

Pero también la rutina puede ser hermosa, siempre que se cumpla la condición de tener la oportunidad de diseñarla uno mismo con libertad.

Aunque la libertad de elección puede darse a cualquier edad, cuando la rutina placentera puede resultar más gratificante, es en la vejez. Sobre todo, para quienes consideran la jubilación como la oportunidad de hacer aquello que siempre quisimos hacer y no pudimos, porque después de la etapa laboral, también hay vida, aunque son muchos quienes lo olvidan.

Esa rutina que llena el tiempo de ocio del Mayor dependerá de su imaginación, formación, gustos personales, habilidades, ilusiones…

Al contenido de la rutina hay que añadir la actitud ante ella: nunca debería convertirse en obsesión. Dado que quien ejerce esta rutina placentera es dueño de su tiempo, siempre habrá espacio para una emergencia, una novedad, una sorpresa o para compartir con los demás tiempo, opiniones, alegrías, compañía, …

La serenidad, el sosiego, la estabilidad, la calma para hacer las rutinas de cada día, tienen enorme valor, aunque se trate de las tareas más comunes; entre ellas se encuentran la ventana por la que observamos el día que empieza; la butaca en la que leemos, escuchamos música o practicamos la siesta; la mesa en la que colocamos habitualmente las gafas, el teléfono, las llaves o la cartera; las zapatillas, que siempre encontramos en el mismo sitio; el camarero que conoce nuestro gusto por el café con leche templadito; los lugares más frecuentes de paseo, en los que coincidimos con las mismas personas y nos detenemos para intercambiar comentarios intrascendentes, que nos permiten sentirnos parte de la ciudad en que vivimos, o para decir, simplemente, un “hola” y “hasta luego”.

Sentirse parte de la ciudad en la que se vive, identificarse con su ambiente, su clima, su paisaje, sus calles y jardines, sus costumbres y formas de vida, propician esa paz y sosiego propios de la rutina de los Mayores. De ahí que, quienes han conocido muchos lugares y formas de vida, sientan en un determinado momento la necesidad de arraigar en un lugar concreto, con el fin de gozar del sosiego que otorga el ambiente que le rodea. Cualquier aficionado a la jardinería sabe que las plantas deben trasplantarse en la época adecuada, para que arraiguen.

Mario Benedetti expresó con siete palabras lo que yo he dicho en algunos cientos: “Hoy fue un día feliz. Sólo rutina.”
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.