En España el primer acceso a la pornografía se produce entre los 9 y los 11 años. A partir de la adolescencia el 70 % de los menores consumen porno habitualmente, sobre todo a través del teléfono móvil.
Datos facilitados por el Gobierno en la presentación de una aplicación informática que pretende impedir el acceso de los menores a páginas pornográficas a través de los teléfonos móviles, mediante la verificación de la edad del usuario.
El sistema exigiría que esas páginas de contenido pornográfico utilizaran la herramienta indicada para comprobar la edad de los usuarios y denegarles el acceso en el caso de que fueran menores.
Se prevé la posibilidad de bloqueo de las webs que se nieguen a utilizar la aplicación que está en proceso de elaboración, mediante una modificación de la Ley General de Telecomunicaciones.
Lo llamativo es que estas plataformas pornográficas ya están obligadas por ley a comprobar que sus visitantes son mayores de edad, pero no lo hacen.
Nadie debería reprobar la iniciativa, pero ¿será eficaz? Hay que tener en cuenta que los servidores de muchas de esas plataformas están ubicados en otros países, con lo que resulta más complicada una acción legal.
Por otra parte, cualquier menor de edad podría encontrar la colaboración de un colega mayor de 18 años.
Finalmente, si la aplicación sólo es aplicable a teléfonos móviles, la medida perdería eficacia. En suma: loable la intención, pero es imposible vaciar el mar.
Si usted, lector, ha llegado hasta aquí, tal vez se pregunte: pero ¿qué propone este señor para resolver la cuestión? Me temo que el asunto es difícil de resolver.
El desarrollo de la investigación en todos los ámbitos y su aplicación tecnológica, ha facilitado y mejorado la vida del ser humano, incluso, permitiéndole acceder a servicios y formas de vida impensables hace unos años.
El investigador, guiado por el impulso científico de conocer, no siempre se ocupa, o tal vez no le corresponde hacerlo a él, de las consecuencias de sus descubrimientos. Por otra parte, el uso y la aplicación de sus hallazgos, así como la forma de hacerlo, corresponde a otros: gobernantes, empresarios, consumidores, profesionales…
El hecho real es que la tecnología está al alcance de todos, y el amplio sentido de libertad imperante, el cambio de paradigmas sociales y la globalización, dificultan la adopción de medidas limitativas eficaces.
Como en tantas otras facetas de la vida en sociedad, la educación es la herramienta fundamental, sobre todo en el ámbito de la familia.
Los padres, desde los primeros años, deben supervisar el uso de tabletas, teléfonos, ordenadores, videoconsolas y similares, tanto en contenidos como en tiempo de utilización; y explicarles su doble utilidad en la enseñanza y en la diversión. Además, cuentan con las posibilidades que ofrecen los dispositivos para controlar tiempo, contenidos, establecer limitaciones, revisar accesos y conversaciones, etc.
Naturalmente, el diálogo con los niños sobre los temas que despiertan su curiosidad y atención según la edad, será siempre más educativo y eficaz que su descubrimiento a través de amigos o del uso inadecuado de internet.
Lo más cómodo, sin duda, es la permisividad, inhibirse, porque se eluden las explicaciones ―con frecuencia difíciles―, discusiones, comparaciones con la actuación de otros padres más condescendientes… A corto plazo, esa tolerancia, la mayor parte de las veces egoísta, no tendrá consecuencias visibles, pero paulatinamente los niños irán ganando terreno a los padres.
Entonces comprenderemos que la comodidad de la permisividad se ha convertido en un problema, para el educando y para sus padres.
Es evidente que la permisividad social y el relativismo, añaden complejidad a la tarea de ser padre; lo que puede explica la decisión de muchos jóvenes de no tener hijos. @mundiario
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