Con frecuencia nos vemos en la tesitura de tener que elegir entre autenticidad e hipocresía, a la hora de adoptar una determinada actitud o hacer una manifestación, ya sea en el ámbito de la amistad, familia, política, trabajo o cualquier otro. Creo no equivocarme si digo que, presentadas las opciones de forma tan escueta, la mayoría nos inclinaríamos por la autenticidad.

¿Qué es la autenticidad?, ¿quién es auténtico?; la acepción más adecuada sería: “ser consecuente consigo mismo, quien se comporta tal y como es”.

La autenticidad exige un cierto grado de coraje, algo diferente a osadía, cuando se trata de defender aquello en lo que uno cree, pues su característica fundamental es la coherencia.

Quien se comporta con autenticidad debe ser consciente de la necesidad de hacer frente a la responsabilidad que ello pueda acarrearle.

La autenticidad supone tener conciencia clara de cómo somos y pensamos, al tiempo que comportarnos con la coherencia inherente a ese conocimiento personal.

Actuar con autenticidad no es hacerlo de forma diferente a los demás para llamar la atención, pues eso podría resultar extravagante y superficial; tampoco es someterse a los principios y costumbres de la tribu o la moda, sino tener ideas propias, pensar por uno mismo.

Habitualmente consideramos la autenticidad como algo positivo, sin considerar las circunstancias que puedan rodear nuestra actuación. Porque se puede ser auténtico… pero imprudente en un determinado momento, haciendo comentarios, comportándonos o hablando de forma impertinente o inadecuada de acuerdo con unas circunstancias concretas.

Porque la autenticidad puede causar dolor o rechazo si se expresa de forma insolente o descarada.

Porque se puede ser auténtico… pero maleducado y desconsiderado con la persona o el grupo social con el que nos estamos relacionando.

Porque se puede ser auténtico –en el sentido de sinceridad-, … pero inoportuno, pues decir la verdad cuando nadie te ha preguntado es imprudente y de mal gusto.

Porque en aras de una autenticidad trufada de libertad, podemos ser desconsiderados y despreciativos con el entorno que nos rodea.

La autenticidad, cuando va acompañada de desenvoltura y verborrea, convierte a algunas personas en magníficos actores sin que los demás percibamos que lo son.

La hipocresía, sin embargo, siempre tiene connotaciones negativas, pues es engaño, superchería, falsedad, truco, para confundir a los demás; dicho de otro modo: caminar por la vida con dos caras, que se muestran según la propia conveniencia.

La hipocresía, por otra parte, puede llegar a hacer perder el sentido de la propia identidad a quien vive permanentemente oculto bajo su disfraz.

Ser uno mismo en una sociedad como la actual, cargada de estereotipos, modas, clichés, cajones de clasificación y etiquetas, resulta cada día más difícil, por temor a ser encasillados.@mundiario
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.