Cualquier lugar de cualquier ciudad puede ser un buen observatorio para reflexionar sobre el comportamiento de los seres humanos y nos dirá muchas cosas sobre la salud convivencial de sus habitantes.

Los fumadores arrojan su cigarrillo al suelo con un toque displicente de sus dedos pulgar e índice; los adictos al chicle no tienen reparo en escupirlos, para suplicio de los viandantes despistados.

Los amantes de las mascotas que no se adaptan a la ya extendida práctica de recoger las evacuaciones. Podremos admirar con ternura a quienes llevan en el regazo un bultito al que miran con candor, y sorprendernos con que el objeto de ese afecto no es un bebé; obviamente hay otras mascotas que circulan libremente con su gabardina, pañuelo al cuello, chaleco o calcetines, según el rigor del clima.

Las aceras pueden resultar impracticables y tan peligrosas como la calzada, por la invasión de bicicletas, patinetes, patines o cualquier otro artilugio; y esto sucede, precisamente cuando el carril bici se está extendiendo (anotación: les da lo mismo ir por el carril de la derecha que por el de la izquierda).

Observen a los peatones, que hemos perdido el tradicional hábito de caminar por la derecha para facilitar la andadura.

Los mendigos a los que ni siquiera miramos, porque ya los consideramos parte del mobiliario urbano.

Si hablamos de entrar o salir en un local, autobús, tren, etc., observaremos que eso de ceder el paso o el asiento -ni siquiera los especialmente reservados a tercera edad, embarazadas o disminuidos físicos- no está de moda. ¡Qué podríamos decir de quienes ponen los pies en el asiento de enfrente –autobús, tren o bar- mientras sólo tienen ojos para la pantalla del teléfono!

Cualquier día y a cualquier hora vemos arrojar al suelo envases de todo tipo, aunque las papeleras estén vacías; y si la policía municipal no esté atenta, dejan un colchón, un somier, un mueble o un calentador junto al contenedor.

Vocerío en vez de conversación, griterío para advertir de algo, tacos por aquí y por allá, expelidos sin miramiento, están a la orden del día.

A pesar de lo dicho y de lo que usted, lector, pueda añadir, a mí, lo que más me llama la atención es la forma en que los seres humanos caminamos por una gran ciudad. Todo el mundo lo hace con paso decidido, como no teniendo ninguna duda del lugar al que se dirige; incluso, quienes tenemos apariencia de jubilados, nos unimos a los que no respetan los semáforos y manifestamos la misma prisa que los demás.

Generalmente la gente camina con la mirada baja y gesto sombrío; unas veces para evitar el saludo y otras, ensimismada en la inmediata jornada de trabajo, el resultado de los exámenes, el cansancio, los problemas del hogar o cualquier otra preocupación que te atrapa, incluso cuando tienes que estar alerta para que no te atropelle un coche u otro peatón.

¡Las prisas!, todo el mundo tiene poco tiempo y, además, está muy ocupado como para detenerse a mirar un cielo azul esplendoroso o admirar un parterre recién plantado; sólo hay una mirada, casi permanente, para el teléfono.

¿Pensamos de verdad a dónde vamos?, ¿nos percatamos de que la urbanidad mejora la convivencia?, ¿percibimos que unos minutos de nuestra vida no representan nada en la historia de la humanidad y pueden servir para ser amble, solidario, educado, con los demás? @mundiario

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.