Las habilidades lingüísticas oír, hablar, escribir y leer, ponen de manifiesto la capacidad comunicativa de la persona; habría que añadir mirar, pues también la mirada es una herramienta fundamental en la comunicación, lo mismo que el cuerpo del hablante.

Vivimos rodeados de ruidos que dificultan la comunicación y que, en muchas ocasiones, buscamos con intención, para no pensar. Por otra parte, la capacidad de escucha, es decir, de oír con atención, está sensiblemente disminuida; en unos casos por despreocupación de los problemas ajenos, en otros por las prisas a las que estamos sometidos o por la voluntad expresa de no escuchar.

Hablamos con despreocupación en relación con la forma y el contenido del mensaje, porque las palabras vuelan, lo que nos permite negar lo que dijimos, hablar con ligereza sobre cuestiones que desconocemos o creer que los demás han olvidado lo dicho. Añadamos que el deterioro del lenguaje oral es constante; no hay más que observar las tertulias, las farragosas sentencias judiciales, los documentos administrativos, las improvisaciones de los políticos y el lenguaje habitual de la calle: numerosas frases subordinadas; frases sin final; expresiones sin verbo o sin sujeto; proliferación del infinitivo, como en los doblajes de las películas de indios; uso erróneo de palabras,…

Es obligado referirse a las continuas interrupciones entre quienes pretenden dialogar, que impiden entender lo que dicen; la frecuencia del tono bronco o sarcástico; las conversaciones frontón, en las que cada uno larga su discurso, sin que exista correspondencia con el del interlocutor; la imitación a Camilo José de Cela, que se presentaba como inventor de palabras en “La Colmena”; la más reciente invención, “topar”.

Escribir se reduce, para muchos, a los escuetos mensajes de whatsapp, con recursos como las abreviaturas sólo entendibles por los expertos, y los emoticonos, quinta esencia de sentimientos como sorpresa, tristeza, alegría, amor, dolor, enfado,…

Famosos por familia o profesión, políticos, artistas, gobernantes y cualquier mindundi, hacen “importantes” declaraciones de 120 palabras, que se reproducen en telediarios y medios de comunicación. Obviamente, con estos mimbres, la sintaxis, la prosodia y la ortografía se resienten sensiblemente.

El proverbio chino “Una imagen vale mil palabras” –algunos irónicos dicen que sólo es válido para los tontos- se ha convertido en un axioma; Andy Warhol afirmaba: “Nunca leo, veo las imágenes”. Y esto es lo que sucede frecuentemente, sobre todo en las redes sociales: muchos “me gusta” sobre la imagen que acompaña a un comentario y los textos no se leen; como mucho, los títulos y las entradillas.

Nos queda la habilidad de leer, siempre con pobres resultados en cuantas estadísticas se publican, ante el predominio del mirar. Desde mi experiencia personal, las herramientas más eficaces para fomentar la lectura son: que los niños se acostumbren a ver a sus padres con un libro en las manos y que los adultos hagamos lectura compartida con ellos, teatralizándola, hasta que adquieran el hábito.

Obviamente, lo deseable sería un equilibrio razonable entre todas las habilidades comunicativas, sin despreciar ninguna.

La pobreza de la capacidad comunicativa es un importante obstáculo para la búsqueda de soluciones a los problemas políticos, sociales y personales y, por lo tanto, para el entendimiento. @mundiario
Link al artículo →

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.