Primero llegaron Papá Noel y Santa Claus con el Merry Christmas -¿quién recuerda cuándo?-, que sustituyó a nuestro Feliz Navidad o Feliz Pascua. Desde hace unos años Halloween enloquece a niños, jóvenes y menos jóvenes, eso sí, sin olvidar nuestro carnaval; la típica oktoberfest alemana va imponiendo su presencia en España y lo mismo sucede con el black friday. Más recientemente van invadiendonos el bautizo civil, la noche en blanco, el baby shower y tantas otras costumbres o fiestas típicas muy arraigadas en los países de origen.
Con la comida ha pasado algo parecido: pizza, hamburguesa, alitas de pollo, palomitas, perrito caliente, chips, tacos mejicanos y kebab, han ocupado el lugar que pudieron haber tenido entre la gente joven, la tortilla española, la empanada gallega, las croquetas y las empanadillas, todas ellas con sus múltiples variantes.
Padres jóvenes, cuando entren en una librería, deténganse ante la sección de libros infantiles y comprueben el abrumador número de títulos de autores extranjeros encabezados por las aventuras diversas de Harry Potter, Jerónimo Stilton, Pepa Pig y Winnie de Pooh, por citar sólo los que suenan más a un abuelo como yo. Añadiré que algunos de nuestro clásicos cuentos infantiles han sufrido drásticas modificaciones en aras de la igualdad de género y del maltrato animal. Si a un niño de hoy, incluso a algunos padres, les preguntas que si han leído las fábulas de Samaniego o de Iriarte, te miran como a un bicho raro.
¡Qué diré de la música infantil, canciones populares y villancicos!… pues que han quedado desfasados, lo mismo que las retahílas y las adivinanzas; incluso las canciones más recientes de los Payasos de la Tele, Parchís, Cantajuegos, Enrique y Ana, y tantos otros. Hoy prefieren a las jovencitas y niñas-mujeres de los concursos de televisión.
Soy consciente de la necesidad de actualizarse, de vivir con los tiempos, y acoger lo que merece la pena, pero de ahí a rechazar sistemáticamente, u olvidar, nuestro pasado, hay una enorme diferencia. Además, ambas actitudes pueden compatibilizarse.
Asumir lo de fuera, con olvido de costumbres y tradiciones propias y sin analizar el motivo de ese comportamiento, supone renunciar a una parte de nuestra historia, de nuestra cultura; y renunciar a nuestra historia y abandonar su conservación en la memoria, supone perder paulatinamente nuestra identidad, ya sea la personal, la familiar o la de la tierra a la que pertenecemos.
Quien pierde la memoria de sí mismo, quien deja de tener sentido de su propia identidad se encuentra en una situación muy parecida a quien padece esa triste enfermedad conocida como Alzheimer, que deja de saber quién es.
El progreso no está reñido con la tradición y las costumbres. @mundiario