Reconocer un error y rectificar, dicen que es de sabios; yo añadiría: y de gente honrada y cabal. Ahora bien, rectificar con frecuencia es cosa de necios, como dijo en cierta ocasión Felipe González, refiriéndose a algunas actuaciones de políticos de su partido.
Pero hay otra actitud ante los errores, que es la de “matizar las declaraciones”, afirmar que “se han sacado de contexto” o que “han sido mal interpretadas”, casi siempre a través de los jefes de comunicación o de gabinete, raramente de forma personal y dando la cara.
A la señora Maroto, ministra del ramo turístico, tras quedarse embelesada ante las espectaculares imágenes retransmitidas por las cadenas de televisión sobre el volcán palmero de Cumbre Vieja, no se le ocurrió otra cosa que hacer un eslogan turístico:“La erupción de La Palma es un reclamo para quien quiera ver este espectáculo tan maravilloso de la naturaleza, siempre con prudencia”.
No adoptó ninguna de las reacciones habituales cuando alguien le dijo que había patinado; se limitó a afirmar que había que “recuperar el turismo” y aprovechar el volcán como hacen en Islandia.
Resultan lamentables sus palabras, por la falta empatía con los cientos de personas que están perdiendo todo lo que tenían, y con los 84.000 palmeros que, directa o indirectamente, padecen las consecuencias de este terrible fenómeno de la naturaleza; hermoso y espectacular, sin duda, pero con trágicas consecuencias.
Naturalmente, no se le ha ocurrido presentar la dimisión o pedir perdón a los palmeros. ¡Qué pena! El presidente, sin embargo, ha estado más ágil, al retrasar su viaje a Nueva York para visitar la isla, y volver a hacerlo al regresar de la Asamblea de la ONU.
Viví hace más de 50 años en San Miguel de la Palma, la isla bonita, y la recuerdo con cariño, por haber iniciado allí el ejercicio profesional y la vida familiar, al tiempo que por su belleza; una belleza basada en sus enormes contrastes.
El Parque Nacional de la Caldera de Taburiente es un enclave de belleza inigualable, por su frondosa y variada vegetación, riqueza acuífera, sus altas cumbres y la pureza de su atmósfera, que justificó en su día la instalación del Observatorio Astrofísico en la cumbre del Roque de los Muchachos a una altitud de 2.400 metros.
Junto a esa naturaleza exuberante –jacaranda, pino canario, palmera, tarajal y drago, entre otras muchas especies–, el visitante encontrará paisajes desgarradores y desérticos de lava; “bosques” de plataneras –su principal riqueza-, y los almendros de Puntagorda, esplendorosos durante su floración en febrero, que dan lugar a innumerables visitas.
Un atractivo adicional –no en estos momentos, desde luego– es la posibilidad de recorrer la isla desde el norte hasta la localidad de Fuencaliente –punta sur de la isla– a través de la columna vertebral montañosa central, y contemplar una panorama increíble: las islas de El Hierro, La Gomera, Tenerife y El Teide, las costas este y oeste de La Palma, además de comprobar su condición de tierra volcánica viva, con la contemplación de grandes grietas de las que emana un potente olor a azufre.
¡Ah, los palmeros!, muchos de ellos forjados en la emigración a Venezuela en el siglo pasado, acogedores, pacíficos, pacientes, alegres, sosegados, con su peculiar acento diferente al del resto de las islas; los laboriosos campesinos palmeros, los “magos”, que arrancan sus frutos a los cultivos sobre la lava, con un agua escasa que consiguen a través de largas galerías excavadas en la tierra y administran de forma eficaz.
Deseo a los palmeros que este trágico suceso finalice lo antes posible, reciban con prontitud las ayudas prometidas y logren la recuperación de la normalidad con su paciente carácter y su sacrificada laboriosidad. @mundiario
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