Una de las acepciones del vocablo escéptico es la de desconfianza o duda acerca de la eficacia de algo. Una especie de incredulidad sobre hechos, instituciones y lo que nos rodea, que, tal vez, conduce al pasotismo, es decir al desinterés. Puedo considerarme escéptico pero en modo alguno pasota.

Esa duda o desconfianza ante lo que nos rodea, da lugar a un estado de ánimo nada positivo, frecuente en la vejez, que aparece ante las decepciones derivadas del comportamiento de personas, disfunción en instituciones públicas y privadas, empresas y, naturalmente, ante las deficiencias del sistema político.

Pero, si hay que buscar al causante de ese estado emocional, tal vez habría que pensar en el propio incrédulo o escéptico, que por poner demasiada ilusión, esperanza, efusión o confianza en las personas y la sociedad que le rodea, sufre frustración y decepción.

Escepticismo ante el creciente pragmatismo de los seres humanos que valoran al otro en función de lo que es o lo que tiene, forma de vida en la que las relaciones personales se convierten en relaciones clínex, de usar y tirar.

Incredulidad ante la frecuencia de la infidelidad y la deslealtad, ante el supremo principio de la libertad, un concepto de libertad torcido, porque no tiene en cuenta al otro.

Duda y sorpresa ante las diferentes formas de familia, tan extendidas y tan diferentes de la familia en la que crecí, que me resulta difícil entender, incluso cuando el argumento utilizado es, una vez más, el de la libertad individual.

Desencanto ante la falta de espíritu de servicio a los demás en la política, donde prevalece el interés personal sobre el interés de la sociedad e, incluso, el interés del propio partido.

Decepción ante la pérdida de ilusión creciente en el desempeño del trabajo por parte de funcionarios, trabajadores o profesionales, debido en unos casos a las deficientes condiciones en que lo desarrollan y, en otros, por la desaparición de la idea de que el trabajo es un servicio a la sociedad.

Con frecuencia pienso: ¿el escepticismo es consecuencia de mi edad, o, tal vez tengo que admitir que la sociedad de hoy es esencialmente diferente a la que viví en mi niñez y juventud y soy un inadaptado?

Me esfuerzo por mantener abierta la ventana de la curiosidad para intentar estar al día y conocer el cambiante mundo que me rodea, pero el resultado de la reflexión suele ser siempre el mismo: son muchas las cosas que suceden a mi alrededor que no comparto.

Jóvenes cercanos me dicen “tienes que modernizarte”; pero creo que hay ciertos principios, formas de pensar, costumbres, valores… que no son susceptibles de actualización. Sustituirlos o cambiar su lugar en la jerarquía personal de normas de vida, sería traicionarme a mi mismo.

En consecuencia, asumo mi escepticismo, me hago responsable de él, trato de adaptarme a determinadas formas de vida, admito que hoy imperan determinados valores que no comparto y pido que se respeten los míos.

Tengo la sensación de que hoy me he ido por los cerros de Úbeda. Ustedes me dirán, si es así, disculpen. @mundiario

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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.