Estamos en agosto, hartos de los palos que siguen dado al Rey Emérito, hemos olvidado del coronavirus para tomar despreocupadamente la cervecita y reunirnos con los amigos en una terraza o en el chiringuito, y, sobre todo, como el Gobierno está de vacaciones y los ministros no hablan, pues disminuyen los temas de debate.

Permítanme que exponga unas reflexiones sobre la deplorable, en general, forma de hablar y escribir hoy, a todos los niveles.

La importancia del tema radica en que el lenguaje es herramienta básica para la comunicación entre los seres humanos: emociones, información, análisis, crítica, creación de ideas, adopción de decisiones.

Dejaré a un lado el lenguaje gestual, pese a su importancia, y señalaré algunas de las características que debe reunir un lenguaje “aseado”, palabra que evoca la estética de la sencillez, naturalidad y sobriedad, frente a la del exceso, artificiosidad y abigarramiento grandilocuente.

Sencillez, que irá unida al uso de frases en las que sus elementos gramaticales fundamentales aparezcan, por lo general, de forma ordenada. En cuanto a los adjetivos, deberíamos ajustarnos al uso de los verdaderamente imprescindibles, para evitar redundancias.

Son muchas las expresiones que ensalzan la sencillez:

– Todo lo que es verdaderamente sabio es simple y claro.

– La verdadera sencillez une la verdad a la belleza.

El filólogo y académico Manuel Seco decía que la sencillez del lenguaje consiste en “hablar como en mangas de camisa”.

Claridad, que implica el uso de frases cortas y evitar los circunloquios, incisos y exceso de frases subordinadas. Colaborará decisivamente en la consecución de este objetivo, el que adjetivos y determinantes aparezcan junto a las palabras a las que se desee añadir alguna cualidad o circunstancia.

Ilustres pensadores supieron apreciar la importancia de la claridad:

-Hay que saber ser profundo con claridad y no con palabras oscuras.

-Entre dos explicaciones elige la más clara, entre dos formas, la más elemental, entre dos expresiones la más breve.

Recuerden la sorpresa de Gulliver al llegar al país de los lupatas y escuchar su lenguaje oscuro y retorcido, que les impedía entenderse entre ellos y ser entendidos por los demás.

Concisión, como complemento y consecuencia de lo anterior: cada palabra con su nombre exacto y una palabra mejor que dos.

Recordemos una vez más algunos conocidos refranes que se refieren a esta característica:

– Lo bueno, si breve, dos veces bueno y aún lo malo, si breve, no tan malo.

– Quien más habla más yerra..

– El que guarda su boca y su lengua, guarda su alma de la angustia.

– Hase de hablar como en testamento que, a menos palabras, menos pleitos.

La moraleja ¡qué despreciable es la poesía de mucha hojarasca!, de la fábula La rana y el renacuajo, de Tomás de Iriarte, insiste en esta línea de la concisión.

Finalmente, ortodoxia gramatical, es decir, respeto a las recomendaciones gramaticales de los manuales técnicos; en este sentido, un diccionario y un manual de estilo con el que resolver las dudas gramaticales, constituirán una valiosa ayuda. Finalmente, es imprescindible tener presente el refrán: Pensando mucho y corrigiendo más, buena tu obra la sacarás.

Creo que siguiendo estas sencillas reglas, al alcance de cualquiera, podremos valorar mejor la diferencia existente entre el escribidor y el escritor: capacidad de este último para comunicar emociones y sentimientos, que ha de ser nuestra aspiración. Merece la pena. @mundiario

Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.