El tiempo, entendido como duración de lo sujeto a cambio o secuencia de sucesos, es de frecuente uso en historia, ciencia, investigación, sistemas sociales…
Escritores, filósofos, pensadores han mostrado su interés por este concepto y los seres humanos lo hacemos habitualmente con expresiones como: “el tiempo es oro”, “no tengo tiempo para nada”, “se me pasa el tiempo volando”, “no sé qué hacer con el tiempo”, “el tiempo lo cura todo”, “dar tiempo al tiempo”, “nunca es tarde, siempre hay tiempo”, más vale tarde que nunca”, y tantas otras. Cada una de ellas es una muestra de la sabiduría popular.
El tiempo es vida, un tesoro que, a veces, se nos escapa como lo hace el agua cogida con las manos, y no deja rastro cuando se evapora. El tiempo perdido es un derroche sin utilidad. Goethe decía “Qué insensato es el hombre que deja transcurrir el tiempo estérilmente”. Se trata de un bien irrecuperable, es imposible el regreso al pasado.
Dar tiempo al tiempo significa ejercitar nuestra capacidad de espera, someter a prueba la paciencia y mantener la esperanza de que algo positivo sucederá, o desaparecerá aquella idea o hecho que perturba nuestra paz y nos angustia.
El tiempo siempre es una goma de borrar recuerdos desagradables, pero exige, no sólo su transcurso, sino también nuestra colaboración decidida para utilizarla cuando la mente se regodea malsanamente en el dolor. Cervantes lo decía de forma llana: “No hay recuerdo que el tiempo no borre ni pena que la muerte no acabe”.
El tiempo nos pertenece y su destino debería ser compartirlo con los demás -familia, actividad laboral, solidaridad- y, naturalmente, dedicarlo provechosamente a uno mismo, sin que esta actitud deba calificarse de egoísta, pues todos necesitados un tiempo y un espacio de libertad personal.
El tiempo sólo le falta a quien no sabe aprovecharlo y nada tiene que hacer. Quien mejor suele administrar su tiempo es el que más cosas hace.
El tiempo suele colocar a cada uno en su sitio y la verdad suele resplandecer, aunque con frecuencia la ansiedad nos corroa y nos impida esperarla con sosiego.
En el mundo de hoy son muchas las personas que no saben “perder su tiempo” a solas, en silencio; situación aparentemente paradójica, pero que genera calma y armonía, y es imprescindible en la sociedad de las prisas, la ocupación y el ajetreo.
Algunas actividades nos exigen un tiempo heroico, el minuto heroico para hacer aquello que es necesario hacer y tenemos la tentación de dejarlo a un lado por comodidad, pereza, dificultad …
El reloj es la mala conciencia de los momentos en que perdemos el tiempo o cuando no lo utilizamos adecuadamente; obviamente, tampoco resulta saludable ser esclavos de él.
Durante la niñez y la juventud no suele pensarse en el tiempo, el tiempo fluye lentamente, porque instintivamente lo consideramos inagotable; ahí surge el peligro de dilapidarlo. El joven vive con zozobra su transcurso, porque le parece que nunca alcanzará aquello que sueña: la libertad, la independencia, el amor, …
Cuando llega la vejez el tiempo nos arrolla, nos arrastra, pasa en un suspiro y nos parece que la vida ha sido sólo un sueño, una ilusión. @mundiario