¡Ha muerto la Reina!, ¡Viva el Rey!, ha dicho el pueblo británico. En España, tal vez lo hubiéramos sustituido por la expresión ambivalente, castiza y, tal vez pasota para algunos, de A Rey muerto, Rey puesto.

Gran Bretaña y España tienen algunos aspectos en común, con sus propias peculiaridades, naturalmente. Territorios con pretensiones de autonomía o independencia -Irlanda del Norte, Gales y Escocia-; experiencia en terrorismo relacionado con esas pretensiones, que causó numerosas muertes en España y Gan Bretaña, entre otras la del miembro de la familia real británica Lord Mountbatten; antigüedad de sus respectivas monarquías; sonados escándalos de miembros relevantes de sus familias reales y desavenencias internas, e importantes servicios de Isabel II y Juan Carlos I a sus países, entre otros.

Pero también presentan notables diferencias: el respeto de los británicos a la institución monárquica, a sus símbolos -himno y bandera- y la importancia que conceden al protocolo real y sus costumbres, que a muchos parecerán rancias e impropias del tiempo actual, pero que revelan una sincera veneración por su historia.

En el caso de España, desgraciadamente, no podemos decir lo mismo sobre la institución, puesta continuamente en solfa; la bandera es arrastrada y pisoteada sin consecuencias reales y blandirla supone exponerse a ser calificado de facha, ultramontano o perteneciente a la derechona; el himno nacional es objeto de abucheo con frecuencia en numerosos actos públicos, y en algunos territorios entornarlo es una provocación.

Las numerosas honras fúnebres dedicadas a la Reina Isabel II, han puesto de manifiesto el generalizado respeto de los británicos a la Monarquía, expresión de la estabilidad de una nación durante casi doce siglos: reverente silencio en las largas colas de ciudadanos para rendir el último homenaje a su Reina; la primera ministra Liz Truss y otros políticos compartiendo con el pueblo la sufrida espera para pasar durante unos segundos ante el féretro; la pompa y majestuosidad de los desfiles funerarios; las lágrimas de la gente sencilla;…

Estas y otras muchas imágenes contempladas en televisión resultan incomprensibles para ciudadanos de otros países, pero son, al mismo tiempo, conmovedoras y envidiables.

EL RETO DE CARLOS III: ESTAR A LA ALTURA DE SU MADRE
Carlos III tiene ante sí un importante reto: estar a la altura de su madre. Las expresiones del nuevo Rey ofrecidas por televisión, como reacción ante pequeños errores de protocolo por parte de sus ayudantes, no son un buen comienzo: expresión facial adusta, ademanes de desaire y palabras impropias de quien ha sido educado para contener en público emociones y sentimientos.

Esta adhesión masiva del pueblo británico a la institución monárquica en general y a quien la ha representado durante los últimos setenta años, deberían ser un ejemplo para los españoles.

Postura ésta que creo no está reñida con la sorpresa de muchos ante la declaración de luto durante tres días en las comunidades autónomas de Madrid y Andalucía, con motivo del fallecimiento de Isabel II. Respeto sí, pero papanatismo no; deberíamos dar más importancia a escuchar con devoción el himno nacional, honrar a nuestra bandera y agradecer a Felipe VI la dignidad y prudencia con que está llevando a cabo la jefatura del Estado. @mundiario
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.