Érase una vez una familia numerosa, creada con esfuerzo, en armonía tras haber superado múltiples dificultades con una la prole que respetaba las normas de comportamiento familiar.
Pero uno de los retoños empezó a tener una actitud caprichosa. Dado que el resto de la descendencia se comportaba de forma conformista ante el antojadizo y díscolo hermano, el cabeza de familia, en aras de la paz familiar -y, sobre todo, de la suya-, satisfacía irresponsablemente los caprichos.
El vástago discordante, egocéntrico y despreciativo, incrementó las exigencias y su frecuencia, ante la permisividad del cabeza de familia, incapaz de aplicar los límites de comportamiento que los demás respetaban.
Llegó un momento en que el levantisco convirtió su capricho indomable consentido, en torbellino de rebeldía, al renegar del hogar. Sus mayores se vieron obligados a aplicar las reglas familiares, que contemplaban el castigo correspondiente, con el propósito de mantener el respeto del resto de la prole y persuadir al indisciplinado de que “hasta aquí hemos llegado”.
El correctivo se fue cumpliendo y se consiguió una aparente paz; digo aparente, porque, larvadamente, seguía considerando injusta la sanción e inviolable su capricho.
Nuevo error del “pater familias” al levantar el castigo y declarar que había sido injusto, desproporcionado, inhabitual y no contemplado en otras familias.
Y el insurgente se creció y se mantuvo tieso en sus demandas de siempre, e, incluso, reiteró su propósito de rebelión si no eran atendidas: que sus hermanos votaran para cambiar las reglas de convivencia, de forma que sus antojos pudieran ser satisfechos.
El padre complaciente e injusto con el resto de los hijos, se adentró en un desfiladero del que difícilmente saldrá, si mantiene su desconsideración hacia el resto de la familia; porque no la pacificó: claudicó.
¿Qué depara el futuro a la familia española?; ¿qué tratamiento se dará a quien intente la secesión de una parte del territorio, o llegue a declarar su independencia, como ya sucedió?; ¿dejará de ser delito la malversación de los caudales públicos utilizados para conseguir este objetivo?
La situación viene fraguándose desde hace años, como consecuencia de una ley electoral que prima injustamente a los partidos regionalistas-nacionalistas-independentistas, al concederles en el Congreso de los Diputados un poder de decisión desproporcionado y, por ello, perjudicial para España. Y esto es así desde los primeros pactos con los nacionalistas vascos y catalanes, recién aprobada la Constitución.
La paz que el Gobierno dice haber logrado, ha sido transitoria -ya se aprecia, por las declaraciones de los sediciosos, que aún lo son- y con sometimiento a las exigencias de quienes delinquieron y fueron condenados por haber declarado la independencia de una parte del territorio español.
Quien gobierne a partir de las próximas elecciones generales, los de ahora u otros, tendrá que apechugar con las consecuencias de la falsa calma conseguida. @mundiario
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