27 letras, 27 sonidos, los del abecedario latino, son capaces de crear 100.000 palabras, que, debidamente combinadas por quienes tienen el don del conocimiento de su significado, la sensibilidad y habilidad para hacerlo, facilitan conocimiento e información, transmiten sentimientos y son una herramienta fundamental para la comunicación entre los seres humanos.
Si a la palabra hablada unimos gestos, volumen de voz, entonación, silencios, pausas, etc., convendremos que, con esos 27 elementos, se pueden hacer milagros. Ahí están los discursos de políticos, oradores, pensadores, científicos, escritores y las grandes obras escritas del pensamiento, ciencia, literatura, historia, …
Sin embargo, en la comunicación de cada día, un español medio utiliza entre 5.000 y 7.000 palabras. Cuando el núcleo de hablantes se centra en los adolescentes, diversos estudios coinciden en que constriñen su vocabulario a entre 240 y 1.500 palabras, según niveles de formación.
Los datos anteriores reflejan una alta incapacidad de los jóvenes para comunicarse o, al menos que lo hacen de forma diferente.
Efectivamente, los jóvenes usan frecuentemente el WhatsApp y otras redes sociales, con sus peculiaridades: palabras amputadas, olvido de los signos de puntuación y ortografía, pobreza del lenguaje utilizado, predominio de las imágenes…
Pero, además, están eliminando de la comunicación elementos fundamentales, a los que me refería al principio de este comentario: la expresión facial y, en general, la corporal, que acompañan a las palabras cuando conversamos con alguien. Con este proceder resulta más difícil reconocer los sentimientos y estado de ánimo de los interlocutores, fundamentales en las relaciones interpersonales.
Además, esta amputación que se perpetra contra el lenguaje tendrá consecuencias en su formación, exámenes, entrevistas de trabajo, correspondencia profesional y laboral, expresión de sentimientos en el ámbito de la familia, la pareja y la amistad…
Les resultará complicado comprender y extraer consecuencias de los mensajes con los que cada día nos bombardean medios de comunicación, anuncios publicitarios, políticos, sindicatos, grupos económicos e ideológicos, costumbres, modas, hábitos de consumo, distinguir la verdad de la mentira y lo que les conviene de aquello que les quieren imponer, etc.
BANALIZACIÓN DE LAS RELACIONES PERSONALES
También los adultos debemos reflexionar sobre la banalización de las relaciones personales, al usar inadecuadamente el lenguaje y olvidar su función; sustituir el contacto personal por un mensaje de voz, un emoticono frío y poco expresivo o por unas palabras quebradas, mal escritas y sin emoción, sin vida. Porque el ser humano es un ser social, por naturaleza, según la definición de Aristóteles.
Hace unos días llegó a mi teléfono un vídeo con la imagen entrañable de un bebé que se resistía a aceptar las gafas que la mamá intentaba colocarle por primera vez. Cuando, por fin, las acepta, muestra su sorpresa ante el mundo que le rodea y antes no percibía con claridad: ríe, mira, toca, abre los ojos… ha descubierto el mundo y se relacionará con su entorno de otra forma.
Nos resistimos pertinazmente a comunicarnos con palabras, con la voz, los gestos, el contacto personal. Y al reducir nuestro lenguaje nos estamos secando y empequeñeciendo, como la uva hasta convertirse en pasa, y rechazando el milagro del abecedario, como el bebé rechazaba inicialmente sus gafas. @mundiario
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