El discurso de Navidad del Rey Felipe VI ha generado división de opiniones entre los nacionalistas y Podemos, como siempre.

Rufián dice “No hay que olvidar nuestros orígenes”, al pie de una foto del actual rey, niño, dando la mano a Franco: una rufianería.

El siempre descontento socialista Odón Elorza: “¡Qué decepción!”, porque al hablar de la erosión de las instituciones no se refirió a su padre, Juan Carlos I. Olvida que nunca hace menciones expresas a instituciones, y mucho menos a personas, porque él mismo lo criticaría.

El PNV le invita a “aceptar la realidad de las naciones”, que ya están reconocidas en la Constitución como “nacionalidades históricas”, con unas competencias amplias y, en el caso del País Vasco, con un régimen económico privilegiado.

Para EH-Bildu el discurso estuvo “vacío de contenido”. Duramente criticaron ellos y el resto de los nacionalistas el profundo contenido del discurso real el del 3 de octubre del 2017, en defensa de la unidad de España, como le corresponde según la Constitución, cuando la Generalidad de Cataluña declaró legalmente la independencia de Cataluña, con incumplimiento flagrante de la Constitución, su Estatuto de Autonomía y otras normas de convivencia.

Podemos niega al Rey “legitimidad democrática”, con olvido de que la suya, la de Podemos, deriva de la Constitución, en la que se consagró la Monarquía como forma del Estado tras un referéndum que concitó más del 91 % de síes: en Cataluña, más del 91 % y en el País Vasco más del 70 %.

Utilizó en su discurso tres conceptos clave, cargados de contenido: convivencia -en cinco ocasiones-, instituciones -siete-, democracia -siete- y convivencia -cuatro.

En cuanto a la convivencia – vivir con otros en armonía-, se refirió a las consecuencias de ignorar los riesgos de erosión que existen sobre ella y a la necesidad de protegerla.

La base de la convivencia son las altas instituciones del Estado, cuya solidez hay que preservar y, aún más, fortalecer, sobre los pilares del respeto a las leyes y a la Constitución.

No mencionó a los partidos políticos, ni al Gobierno, ni a Las Cortes Generales, ni al TC, ni al CGPJ, ni a la Corona, ni a ninguna otra institución. Porque los riesgos de erosión, en estos momentos, afectan a todas ellas, sin excepción.

El Rey es el símbolo de la unidad del Estado, y, por lo tanto, su deber es preservarla. A esa función hay que añadir las de arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones.

Y arbitrar significa “actuar o intervenir como árbitro, especialmente en un conflicto entre partes”; moderar supone “templar, ajustar o arreglar algo, evitando el exceso”.

El discurso del Rey y su actitud, en mi opinión, se caracterizan por la mesura, la prudencia y hasta la oportunidad… cuando se la da el Gobierno, que suele ser bastante cicatero en hacerlo. @mundiario
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.