La singularidad del candidato de la moción de censura, su talla intelectual y experiencia, me hicieron albergar la esperanza de que el debate podría alcanzar un nivel superior al habitual.

Vana esperanza la mía; la decepción fue grande, salvo excepciones.

Uno de los hechos más llamativos para mí fue la incoherencia de los replicantes, que llevaban escritas -por sus asesores- sus cuartillas y largaban sin atender ni responder a los planteamientos del aspirante. Esta actitud pone de manifiesto la imposibilidad de alcanzar un mínimo de entendimiento, así como una evidente falta de respeto.

La mayoría de las respuestas al señor Tamames resaltaron cuestiones personales sobre su pasado político –“usted se ha unido a los hijos y nietos de quienes le metieron en la cárcel”-, su vanidad o la edad. Hasta algún diputado se dirigió a él de modo chulesco al iniciar su réplica: “¿Qué tal está señor Tamames?”

El Presidente del Gobierno incurrió en la descortesía de no saludar al candidato nonagenario, no diputado, y se ausentó del hemiciclo -lo mismo que algunos de sus ministros- en algunos momentos del debate.

La mayoría de las respuestas al candidato dejaron constancia de la falta de rigor de la moción de censura y del verdadero propósito de Vox al presentarla: calentar el ambiente antes de las elecciones. Pero el bloque que apoya al Gobierno aprovechó la ocasión para encender el enfrentamiento entre PP y Vox.

El Presidente del Gobierno regaló a la vicepresidenta segunda su participación en el debate, que sirvió a la señora Díaz de preámbulo mitinero para la presentación de su nueva plataforma política SUMAR, en una especie de alternativa torera.

Una vez más se confirmaron algunas de las corruptelas más habituales: intervenciones largas y tediosas; escaños vacíos; los lugares comunes -la oposición se opone a todo sistemáticamente y el Gobierno le atribuye una actitud obstruccionista pese a rechazar el diálogo con ella-; aplausos y abucheos, que nos recuerdan a la antigua “clac” de los teatros,…

Son muchos los diputados que discursean con el entrecejo y la frente fruncidos, en un gesto más propio del estreñido que intenta aliviarse o de quien tiene carácter agrio y acusador.

¡Qué mal leen algunos!, sin la entonación adecuada, sin las debidas pausas gramaticales y sin el convencimiento de quien ha escrito lo que está leyendo.

Por momentos, el candidato estuvo simpático y ocurrente, como con aquello de “usted sale con un tocho de 20 folios…” o “no podemos estar una hora y cuarenta minutos…”. Hizo una oportuna observación a sus señorías al recordarles la conveniencia de guardar la dignidad y el decoro parlamentarios en la vestimenta, tan olvidados. Los ujieres llevan uniforme, corbata, zapatos y hasta guantes, en invierno y en verano. No añadiré más, porque vemos cada día la variedad e informalidad del atuendo de algunos diputados.

Una diputada, al empezar su intervención, preguntó con cierto descaro al señor Tamames -al tiempo que se cogía con las manos las hombreras de su camisa- si su vestuario se atenía a la dignidad parlamentaria.

Las Cortes Generales representan al pueblo español; más claramente, los diputados nos representan desde sus escaños. Pues bien, determinadas actitudes de sus señorías son una falta de respeto a sus representados y no están en consonancia con el decoro propio de la institución. Las mesas de Congreso y Senado deberían ser más exigentes en el comportamiento y formas de sus señorías… o retirarles a algunos un tratamiento que no se merecen. @mundiario
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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.