El verano es propicio para la lectura. Unos aprovechan para leer las novedades editoriales, otros para inhibirse de las preocupaciones laborales, entretenerse o recordar las lecturas de su juventud y sacar conclusiones que en la edad de la inocencia no vislumbramos. En esta línea se encuentran La Isla del Tesoro, Las aventuras de Gulliver, Robin Hood, Curro Jiménez, Luis Candelas…
En la niñez idealizábamos a esos personajes, unos de ficción y otros biografías reales, como hacedores de justicia, héroes contra los opresores, y protectores de los pobres.
Algo parecido nos ocurría con las historias de corsarios, aventureros o grandes conquistadores que permitían a sus tropas a practicar el pillaje para asegurarse su fidelidad. ¡Quién no recuerda la codicia y la alegría desbordante de sus mesnadas ante tapices, pinturas, ricos vestidos y cofres llenos joyas.
Los cabecillas valoraban más que las riquezas aumentar el número de súbditos atraídos por la ambición.
Hoy, perdida la ingenuidad infantil, olvidamos la aventura, el riesgo, las alucinantes ilustraciones de los libros y el valor de los protagonistas, para centrarnos en el trasfondo de aquellas historias y biografías.
Curro Jiménez y Luis Candelas dejan de ser personajes románticos que robaban para repartir la riqueza entre los pobres; los enanos y los gigantes de las Aventuras de Gulliver son una sarcástica y dura crítica a los políticos y a la sociedad; John Silver El Largo, es un ser ambicioso y desleal, que trata con mano de hierro a sus secuaces; en el alma de unos sencillos leñadores como Alí Babá y su hermano Kasim, se esconden la envidia y la ambición;…
Todos ellos sabían que permitir el pillaje a sus secuaces, tanto si el botín pertenecía al Rey como a los ricos, era una acción reprobable, perseguida y castigada, que, en el fondo, pretendía el bien de quien la dirigía o toleraba: la permanencia en el mando y el incremento del número de adeptos.
Malversar es la expresión adecuada para definir al servidor público que administra deslealmente los recursos de todos o se apropia de ellos de forma indebida. Naturalmente, si a la malversación se une el conocimiento cierto de que lo que ordena o tolera es injusto, el delito es doble.
El concepto de corrupción puede revestir múltiples formas delictivas, aunque, generalmente, la más reprobada popularmente es quedarse con lo ajeno, pero no la única.
La Sentencia de la Audiencia Provincial de Sevilla ratificada por el Tribunal Supremo hace unos días, no afirma que el Señor Griñán hubiera incurrido en esta segunda forma de malversación, sino en la de administración desleal, a la que añade la prevaricación, por saber que esa forma de gestionar lo público era injusta, como se lo había señalado en reiteradas ocasiones la Intervención de la Junta de Andalucía.
Hacer leña del árbol caído es inelegante y mezquino; tanto como quitarse la caspa de encima diciendo que “pagan justos por pecadores”- pero no se dice quienes son los pecadores-, recurriendo al pobre argumento “el señor Feijóo habla desde una sede pagada con dinero ilegal” o defendiendo la “honorabilidad del señor Griñán”.
Deberían saber los próceres socialistas que así se expresan, que “honorable” es quien actúa con “honradez” y, a su vez, la honradez es propia de quien se comporta rectamente y cumple con su deber de acuerdo con la moral, especialmente en lo referente a respetar la propiedad ajena, máxime cuando ésta es propiedad de todos. @mundiario
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