En mi último comentario me refería al uso irresponsable de redes sociales y medios de comunicación. Hay un caso especialmente grave en esta utilización imprudente, me refiero a la existencia añadida del propósito de difamar para causar daño. Pero aún hay una variante más insidiosa: cuando quien difunde la calumnia en un medio con amplio eco y, además, es persona con formación.
En el proceso de documentación para mi último libro –“Algunos abuelos de la democracia (Zapatero-Rajoy-Iglesias-Sánchez-Rivera)”– he tenido ocasión de encontrar algunos de estos escandalosos casos de injuria. Cito textualmente un comentario firmado por un conocido periodista y tertuliano habitual en radio y televisión. Me resisto a dejar constancia de su nombre, porque no deseo dañarle personalmente:
“…sustituyan donde dice comandante por capitán… que murió en agosto de 1936 fusilado por no traicionar a la República. Parece ser, por lo que he podido ir averiguando después, que en el poco tiempo que pasó desde el inicio de la guerra hasta su fusilamiento, la práctica del tiro al blanco sobre las cabezas de sus enemigos enterrados fue una práctica habitual llevada a cabo por este hombre, que luego transmitiría a sus herederos un ansia infinita de paz…”
Por supuesto, no desvela la fuente de la que procede “lo que he ido averiguando”, porque el macabro hecho que narra fue imposible. El abuelo del político español al que se refiere fue detenido el día 20 de julio de 1936, internado en una prisión, juzgado, condenado a muerte y ejecutado en la madrugada del día 18 de agosto siguiente (quien desee más detalles, los encontrará en el libro citado).
El rencor se alimenta de la mentira y crece hasta límites insospechados; no es este el camino para la concordia. Sorprendentemente, al menos que yo sepa, la familia de la persona injuriada no demandó al autor del comentario. Sí ha habido otro caso, en el que un hijo del ultrajado y también condenado a muerte -“por firmar centenares de penas de muerte”, según el firmante del artículo- se querelló contra el autor y logró reponer el honor del afrentado.
Si algún lector que conozca los nombres de los protagonistas a los que me acabo de referir, pudiera pensar que mis palabras son fruto de una determinada adscripción política, próxima a los injuriados, le diría lo que Pármeno dice en La Celestina: “Mal me quieren mis comadres porque digo las verdades”.
La defensa de la verdad debe quedar al margen de la amistad y la rivalidad, porque la verdad no tiene dueño. @mundiario