El debate del Pleno del Congreso de los Diputados en el que se aprobó la última prórroga del estado de alarma, estuvo viciado, porque en él se consumó una afrenta contra la soberanía nacional y, en consecuencia, contra el pueblo español y las Cortes Generales. Todos los españoles hemos podido conocer el origen de esta afrenta y a sus protagonistas, que no solo no negaron el hecho, sino que trataron de disfrazarlo, como hizo la señora Lastra de forma infantiloide, al afirmar que la “la polémica ha surgido por un adjetivo”: derogación “íntegra” de la reforma laboral.
Los representantes de Podemos, señor Echenique, y de Bildu, señora Aizpurúa, adoptaron la hipócrita actitud de “mantenella y no enmendalla”, con el estúpido y pretencioso dicho latino “pacta sunt servanda”.
La oficina del Presidente del Gobierno trató de quitar la caspa caída sobre la chaqueta del jefe, con el infantil e increíble argumento de que la negociación se había consumado sin su conocimiento.
La Ministra de Economía tuvo que actuar como bombero, manifestando que no era el momento más adecuado para tratar sobre la derogación de la ley de reforma laboral, dadas las circunstancias.
Algunos ministros trataron de centrar la discusión en que determinados artículos debían derogarse y otros mantenerse, según había anunciado el presidente en el discurso de investidura y, por lo tanto, no había contradicción alguna.
Otros ministros y militantes del PSOE mantuvieron la boca cerrada y las manos quietas, para evitar ser excluidos de las fotos oficiales. Incluso los medios de comunicación más afines a la coalición de gobierno manifestaron su estupor ante lo que había sucedido.
Los primeros días el señor Sánchez permaneció callado y con tapones en los oídos para no responder a preguntas inoportunas, ni escuchar aquello que dijo tantas veces: “Con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces o veinte veces, con Bildu no vamos a pactar” (año 2019); “Con Bildu no se acuerda nada” (2020); “El único partido con el que no vamos a entrar en diálogo es con Bildu” (2020). Por fin habló y en la última perorata sabatina tipo “Aló presidente”, culpó de todos los males al Partido Popular, haciendo un alarde de cinismo.
Creo que lo más grave del pacto con Bildu –sin ignorar la calaña del compañero de partida– no es si lo pactado formaba parte, o no, del programa del PSOE, si formaba parte del pacto de gobierno con Podemos, si derogación o reforma, o si era una mera cuestión gramatical como dice la señora Lastra.
Lo verdaderamente trascendental es que el señor Sánchez ha actuado como un tahúr –sinónimo de tramposo, fullero, trilero y ventajista–, escondiendo cartas trucadas bajo la mesa para que no las vieran los compañeros de lance y, cuando gana la partida del debate de prórroga, tiene la insolencia de descubrir el engaño. Naturalmente, en el oeste americano la historia no habría terminado tan pacíficamente; estamos en otros tiempos, por fortuna.
La actitud del señor Sánchez y su cuadrilla más próxima –no meteré en el mismo saco a todos los socialistas– es perversa y propia de cínicos, entendido este último adjetivo en la primera acepción contemplada en el DRAE: “Dicho de una persona que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas”.
Falseó el debate parlamentario, porque los diputados votaron con desconocimiento, por ocultación o escamoteo, de una parte de la información usada por parte de algunos en la votación, que, además, sólo él y sus más próximos conocían.
Por otra parte, habría que preguntarse la procedencia o no de incluir en el debate sobre la prórroga del estado de alarma, la derogación de la reforma laboral, porque el artículo 162 de la Constitución, al referirse a aquél, parece restringir su contenido a las causas y condiciones del estado de alarma.ç
Carece usted de honor, señor Sánchez, porque ha incumplido el deber –naturalmente, de quien tiene honor–, de cumplir con la palabra dada; y, además, puede resultar hasta cínico, por actuar con falsedad. @mundiario