lbert Rivera Díaz, lo mismo que Mariano Rajoy Brey y Pedro Sánchez Pérez-Castejón, ha dejado a sus antecesores en el ámbito de la familia. Cuando ha hablado de los abuelos lo ha hecho de forma genérica y sin datos concretos, salvo en el caso de su abuelo materno, Lucas, emigrante en Suiza y Francia y de dos de sus tíos paternos fallecidos prematuramente a causa del SIDA y las drogas; de sus tíos abuelos paternos, para recordar sus manos encallecidas, por su condición de estibadores en el puerto de Barcelona, y de su origen malagueño, tanto por parte de su padre como de su madre.
Tampoco ha tenido que escuchar ignominias y mentiras sobre ellos, creadas con propósito de causar daño, como ha sucedido con “otros abuelos de la democracia”.
Procede de una familia sencilla, trabajadora, emigrante a Cataluña desde la Andalucía deprimida de la posguerra y fue educado en un ambiente de esfuerzo y sacrificio. Y si algo negativo hubiera en el pasado de alguno de sus antecesores, esto no puede ser un reproche para él, sino todo lo contrario, porque daría más valor a la relevancia que él ha alcanzado. Él mismo dijo a un medio de comunicación: “No pienso renegar nunca de lo que son mis padres, de lo que son mis abuelos.”
Sus abuelos paternos fueron Alberto Rivera Ortega, de profesión calafate, nacido el día 2 de abril de 1934 en Málaga, e Isidra Delgado Güilarte, de profesión sus labores, también natural de Málaga. Llegaron a Barcelona el año 1951 cuando ambos tenían 19 años de edad, antes del nacimiento de su hijo Agustín en busca de un futuro mejor y se instalaron en el barrio de La Barceloneta, en una calle muy próxima a la Basílica de Santa María del Mar.
Por lo tanto, el abuelo Alberto era un niño cuando empezó la guerra civil, que sufrió en su Málaga natal, junto a sus padres, las penalidades de la guerra y la posguerra. El último capítulo del libro “Algunos abuelos de la democracia” empieza con el siguiente lema: “Tiempo de postguerra: miedo, pan y emigración.» @mundiario