Tras nueve años exponiendo semanalmente mi opinión en MUNDIARIO, supongo que los lectores que me sigan, pocos o muchos, tendrán su propia opinión sobre mi forma de pensar. A los “nuevos” les diré que mis principios básicos son la libertad, la tolerancia, el respeto y la verdad; y si me equivoco, pues pido disculpas.
A pesar de ello, de vez en cuando, recibo improperios en las redes sociales; por ejemplo, arcaico y retrógrado, por mi último artículo sobre el deterioro de los valores y principios de vida. Escuchar, analizar, discutir y discrepar, con respeto y tolerancia, es saludable para todos y ayuda al crecimiento personal y social, aunque hay mucha gente que lo entiende de otra forma.
Se ha instalado en España un intolerancia, que ni escucha ni mira aquello de lo que disiente; no examina ni analiza los argumentos del adversario; las discusiones no son intercambio de opiniones sino monólogos o réplicas sin respeto interrumpiendo al oponente; las discrepancias se sueltan como venablos envenenados, con gestos explícitos de desacuerdo, desprecio e intolerancia.
En más ocasiones de las deseables, como en actos públicos, conferencias, ruedas de prensa, tertulias, o mítines políticos, quienes desaprueban las palabras del que interviene, lo hacen con gritos, gestos agresivos y hasta con violencia, cuando no impiden el acto.
El último fin de semana, en Vic, en un acto de la campaña electoral de Vox, la furgoneta en la que llegaron y salieron de la ciudad Ortega Smith y sus acompañantes, fue apedreada por un nutrido grupo de iracundos independentistas, que llegaron a lanzar sobre vallas metálicas sobre el vehículo. Cuando iniciaron el acto político en una plaza y los insultaron y atacaron, la policía autonómica se limitó a contener –no a disolver- al amenazante y numeroso grupo, para que los partidarios de Vox pudieran retirarse y abandonar la ciudad.
No ha sido ésta la única agresión a los militantes de Vox durante la pasada semana. Pilar Rahola, para enardecer aún más el ambiente, publicó un twit con una foto en la que se veía el incidente, y la siguiente explicación: “Huída de Vox de Vic… Orgullo de un pueblo que no quiere a la extrema derecha.”
Más que huída, fue persecución; no fue orgullo de un pueblo, fue expresión de odio; los agresores no son partidarios de una idea política, son fanáticos intolerantes que no aceptan la discrepancia; califican a los agredidos de extrema derecha por defienden una determinada organización territorial del Estado, diferente a la proclamada por los agresores, contraria a la Ley, según la sentencia del Tribunal Supremo.
Unos y otros tienen derecho a exponer y debatir su idea sobre el Estado, de forma pacífica, con el fin legítimo de captar los suficientes adeptos con los que modificar la Constitución; pero rechazar con violencia ciega al adversario, en una forma prehistórica de discrepancia.
Y así está el patio español: invadido por la agresividad verbal –y en ocasiones, también material-, la intolerancia, la sordera, la falta de reflexión, la ceguera, la mentira y la irresponsabilidad.
Las imágenes de Vic y otras similares deberían llenarnos de vergüenza, a todos; porque todos –lo de todos es una manera de hablar- colaboramos en el avivamiento de la tensión, desde Rahola, y otros políticos, continuando por todos los que difundieron con fruición su twit, y terminando por los que usan negligentemente la opción de reenviar cuando reciben un mensaje impropio, sin detenerse a pensar en la gasolina que derraman por el camino, ni en los que tienen la mecha preparada.
Esto es un ejemplo, pero cada día son más frecuentes, dada la irresponsabilidad de políticos y gente de a pie irreflexivos.
Por si alguien me cuelga un sambenito o me encierra en un cajón con etiqueta por esta forma de pensar, le diré aquello de “me critican mis comadres porque digo las verdades.” @mundiario