En la sociedad actual reparamos y valoramos más las inteligencias racional y lógica, que la inteligencia emocional, pese a su complementariedad.
La inteligencia emocional se ocupa de la comprensión y gestión de las emociones, propias y ajenas, y de las habilidades sociales.
Desde la educación primaria a la universitaria – ya se trate de humanidades, ingeniería, ciencias u otro campo- debería prestarse más atención a esta materia, por su influencia en el desarrollo de la personalidad, la comunicación social y, naturalmente, en el ejercicio de cualquier la actividad laboral. Una adecuada gestión de las emociones mejorará el bienestar individual.
Una faceta de la inteligencia emocional es el conocimiento de uno mismo, es decir, el análisis de los sentimientos y las causas que los provocan, fortalezas y debilidades, miedos y deseos, lo deseable y lo posible, objetivos vitales, lo que nos hace felices y lo que nos perturba, …
El autoconocimiento implica reflexión, sinceridad y realismo, para llegar a aceptarnos cómo somos, sin complejos, con naturalidad. Podría aplicarse al autoconocimiento la idea de Jacques Yves Cousteau sobre la naturaleza: “Sólo se protege lo que se ama, sólo se ama lo que se conoce.” El conocimiento de uno mismo nos enseñará a querernos como somos, principio fundamental para empatizar y querer a los demás.
Tras el conocimiento hay que centrarse en el autocontrol de los sentimientos -envidia, desidia, resentimiento, venganza, ambición, miedo, dolor, intolerancia, …-, para gestionarlos sin que nos perturben, ni a nosotros ni a quienes nos rodean. También forma parte del autocontrol aprender a superar los obstáculos que surjan en el camino hacia las metas personales concretadas en la primera fase.
Conciencia social y empatía, dicho de otra forma: capacidad para comprender el mundo en que vivimos y a las personas con las que nos relacionamos, mediante el desarrollo de la empatía y la sensibilidad hacia los problemas de los otros. Aristóteles lo expresó de forma sencilla y muy expresiva: “El hombre es un animal social”, por lo que depende del entorno que le rodea para conseguir su propio desarrollo.
Obviamente, comprender y empatizar no significa estar de acuerdo, pero el hecho de conocer los sentimientos de los otros mejorará la tolerancia, el respeto y, por lo tanto, la convivencia.
Finalmente, el desarrollo de las habilidades sociales, es decir, la interrelación o comunicación con los otros, ya fuere para mantener contactos personales de comprensión, positivos, saludables y provechosos para ambas partes, o para la solución de conflictos o su evitación.
La comunicación se desarrolla mediante los mensajes verbales, gestuales o de otro tipo. Aliarse con las redes sociales para intentar potenciar esta faceta de la inteligencia emocional, no será una buena solución. La comunicación presencial, total, mirándose a los ojos y expresándose con todo el cuerpo, transmiten, intensa y muy perceptiblemente, los sentimientos.
Escuchar, oír con atención, es, probablemente una de las grandes carencias de la sociedad de hoy: las prisas, los ruidos, el exceso de imágenes y el individualismo, son los obstáculos fundamentales para dedicar tiempo a los demás.
Otras herramientas para la mejora de la interrelación personal serían: el esfuerzo por adaptarse -repito, sin que ello suponga compartir- al contexto social mediante la tolerancia, y manejar las diferencias de opinión de forma constructiva, con asertividad, para defender derechos, opiniones e intereses personales sin ofender a la otra parte.
Hablamos de analfabetismo en términos absolutos y de analfabetismo funcional, pero olvidamos el analfabetismo emocional que, con frecuencia, nos impide alcanzar la condición de seres sociales .@mundiario
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