Recibimos con fruición los avances tecnológicos y los descubrimientos científicos, porque nos permitirán más diversidad y más consumo de bienes y servicios. Paralelamente, será necesario un crecimiento constante de energía para atender producción y consumo.
Tras esta obviedad, surge la polémica. ¿Qué energía? La utópica Agenda 2030 se refiere a una energía asequible, segura, sostenible, y moderna, es decir, un sistema energético eficiente y limpio.
Esta declaración, asumida en Europa y no practicada por países comercialmente competidores, añade la necesidad de promover las energías renovables -derivadas de fuentes limpias, naturales y “regenerables”- y reducir el uso de los combustibles fósiles -energía sucia.
Entre las energías renovables se encuentran la fotovoltaica, la eólica, la hidráulica y la derivada del movimiento del mar – olas y mareas.
La energía nuclear está considerada como energía limpia, no contaminante, con el reto de la gestión de los residuos que genera.
Unos se inclinan por implantar la utopía ya, en el año 2030: fuera el carbón, fuera el gas, fuera el petróleo e, incluso, la energía nuclear. Este es el caso de España, en los discursos, porque en la práctica, la situación es contradictoria.
Veamos. Ante el reciente apagón, Marruecos y Francia acudieron al rescate: la primera, con una energía basada en el petróleo, el gas natural y el carbón; Francia, con una producción de energía nuclear que satisface el 65 % de la demanda del país.
En España, el gobierno actual mantiene siete reactores nucleares que aportan en torno al 19 % del total de energía producida y otros tres se encuentran en situación de desmantelamiento, dentro del proceso de abandono de esta fuente energética.
Los verdes de España, Alemania y otros países, siguen viajando, eso sí, en avión y en coche, usan calefacción y aire acondicionado y consumen desaforadamente. Quizá creen nuestros gobernantes que España cuenta con un viento del sur aliado permanente, que, en caso de una fuga nuclear en Francia, impulsaría la contaminación al centro y norte de Europa y nosotros quedaríamos al margen.
La política de este Gobierno en relación con la energía nuclear, se practica al mismo tiempo que se incrementan las importaciones de gas: otra paradoja.
Se han demolido desde el año 2005, más de 600 presas, represas y azudes, con el propósito de recuperar el curso natural de los ríos y su hábitat. Sin embargo, esa misma teoría de protección del paisaje y la naturaleza no se ha aplicado a la hora de autorizar una masiva instalación de aerogeneradores y parques inmensos de placas solares, que alteran el paisaje, eliminan cultivos extensivos e influyen en la fauna propia de los territorios en los que se instalan.
Si alguien ha llegado hasta aquí, tal vez piense: ¿tú qué es lo que quieres?
Muy sencillo. La utopía es imposible, hay que recuperar la olvidada y necesaria coherencia. Si queremos seguir viviendo como hoy, tendremos que elegir entre lo deseable y lo posible y admitir que, con demasiada frecuencia, lo mejor es enemigo de lo bueno.
Un equilibrio de fuentes energéticas limpias, “regenerables” -recordemos que no garantizan una producción estable en el tiempo ni permiten su acumulación- debería cohonestarse con otras fuentes, como la nuclear, que garantizaría -hasta donde esto es posible-, la continuidad en el suministro.
Los tristes sucesos de Chernobyl y Fukushima, lo mismo que los almacenes de armas nucleares, ejercen una influencia negativa al hablar de esta fuente de energía, pero también habría que pensar en un más intenso uso de ella al servicio del bienestar de los seres humanos. Por otra parte, las innovaciones de los modernos reactores nucleares y la mejora de la gestión de los residuos que genera, permiten albergar la esperanza en una mayor y mejor uso.
¡Cuántos se ven ante si mismos, cada día, en situaciones contradictorias entre sus principios de vida utópicos y la forma en que usan los recursos disponibles! @mundiario
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