ánchez tiene en su gobierno seis hiper ministros, discípulos de Hércules -el de los 12 trabajos-, porque siempre, dicen, “estamos trabajando para…”. Además, son capaces de hacer varias cosas a la vez, por lo que podríamos considerarlos descendientes de Gerión, que tenía tres cabezas pensantes.
Recordemos. Cinco ministros simultanean el cargo con la secretaría general de una comunidad autónoma; entre ellos, la ministra de Hacienda añade la vicepresidencia primera, y la de Educación, la portavocía del Gobierno.
Hay que sumar al factótum Bolaños, Ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes y portavoz plenipotenciario del Gobierno y del partido, bombero en ocasiones e incendiario cuando la oposición provoca.
Todos hablan de todo, cualquiera que sea la ocasión o el escenario: sala de prensa de La Moncloa, un mitin, los pasillos del Congreso o una inauguración. Los temas pueden ser de partido, de Gobierno, líos de su familia política -me refiero a la familia de Sánchez-, los camorristas del PP, los jueces…
Otra característica: cuando Moncloa “toca a rebato” para difundir lemas, consignas o argumentos con que apoyar una medida o contrarrestar opiniones, ministros y superministros coinciden en el léxico. Alguien ha comparado esta forma de actuar, evidente y ridícula, con los parlamentos de los periquitos.
Increíble que personas que se encuentran en puestos del más alto rango, no sientan vergüenza al expresarse con palabras idénticas, en un mismo día y sobre un mismo tema. Son sumisos altavoces de Moncloa. Para sentir vergüenza ajena.
Olvidemos las consignas relacionadas con “rebelión”, “amnistía”, “pacto con Bildu”, “pacto con Puigdemont”… y recordemos las más actuales.
“Nos sentimos cómodos”; “delegación: ni cesión ni traspaso”;” la máquina del fango”, “embarrar la política”; “cacería”, “bulos”, “recortes de prensa”, “investigación prospectiva”, “estamos muy tranquilos, no hay caso”, para intentar neutralizar las actuaciones judiciales relacionadas con su familia política -me refiero a la de Sánchez-; siempre, eso sí, “respeto a las decisiones judiciales”; y tantas otras.
Una reciente perorata de la ministra portavoz está creando tendencia entre ministros, diputados y militantes socialistas: presentar al Congreso unos presupuestos en los que no hay acuerdo “es hacer perder el tiempo a los diputados y, como consecuencia, a los ciudadanos”. El argumento lo van completando sus colegas de bancada: no hay problema, se prorrogan los del 2023, como prevé la Constitución, que fueron unos buenos presupuestos porque los hicimos nosotros.
El razonamiento es ridículo e irrespetuoso. El artículo 134.3 de la Constitución determina que “El Gobierno deberá presentar ante el Congreso de los Diputados…, al menos tres meses antes de la expiración de los del año anterior…”. Se trata de una obligación constitucional incumplida.
La vulneración es un desprecio absoluto a la soberanía popular, porque impide concretar los grandes objetivos económicos y sociales de los diferentes grupos parlamentarios, y discutirlos, aunque las cuentas del Estado no lleguen a aprobarse.
El año 2018, el cínico Sánchez pedía a Rajoy la convocatoria de elecciones si no tenía presupuestos. Felipe González no consiguió aprobar los presupuestos del año 1996 y convocó elecciones.
La familia de periquitos omite decir que los presupuestos del 2023 ya fueron prorrogados para el 2024, que la composición del Congreso y la situación económica eran diferentes y que han incumplido en dos ejercicios seguidos el mandato constitucional.
Como Sánchez afirmó, gobernará al margen de la soberanía popular, es decir, del Congreso y del Senado, recurriendo a martingalas y palabrería. Sabe que sus apoyos parlamentarios tiran la piedra, ponen la mano para recibir lo que exigen y no plantean una moción de censura porque así les va bien. @mundiario
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