Se ha convertido en enfermedad crónica, con la colaboración de ciertos medios de comunicación y de la publicidad que patrocina los espacios dedicados a mindundis, arribistas, personajillos, “influencers” y toda una tropilla que vive del escándalo y del cuento.

La aparición en los medios de comunicación siempre estuvo restringida a personajes que, por razón de su actividad, méritos o inteligencia, tenían algo importante que decir.

Los medios, siempre alerta ante los cambios sociales, detectaron la enfermedad de la notoriedad y la promovieron hasta alcanzar el nivel de epidemia social.

Un periodista medianamente hábil es capaz de desnudar el alma de estos seres enfermos de notoriedad, que no tienen reparo en descubrir públicamente y de forma desvergonzada, su intimidad, las miserias propias y las ajenas.

Esta enfermedad social se extiende entre pobres y ricos, cultos e incultos, gente del pueblo y de la nobleza, varones y mujeres, listos y tontos, jóvenes y mayores
Ahí está esa tropilla de mindundis, personajillos, arribistas, “influencers”, creadores de contenidos y tendencias y blogueros, que viven del cuento, del escándalo y de un “no sé qué” que parece seducir numerosos mortales. Seres insignificantes, enanos sociales, que pululan en las redes sociales, recorren estudios de televisión y radio, y ocupan la prensa exhibiendo sus vidas de forma obscena. Incluso niños y adolescentes venden fotos y confidencias de amigos y camorristas.

Esta enfermedad social se extiende entre pobres y ricos, cultos e incultos, gente del pueblo y de la nobleza, varones y mujeres, listos y tontos, jóvenes y mayores. Me asombran las manifestaciones desinhibidas y procaces, expresadas con desparpajo y atrevimiento, por personas de edad provecta, cuando tienen la oportunidad de dar su opinión ante un micrófono o una cámara de televisión, y cuando difunden por las redes sociales su vida personal o su visión sobre un hecho de cualquier naturaleza.

Solemos preguntarnos: ¿quién es el culpable?, ¿el periodista-instrumento, quien quiere ser “famoso”, el mirón-adicto o las redes sociales?
Para mí la respuesta es: la sociedad. Todos, dirigentes políticos, familias, educadores y cada ciudadano, somos responsables de la existencia de este virus social, porque hemos creado un ambiente propicio para que nazca y se propague a través del culto al hedonismo, al relativismo, a la defensa a ultranza de una libertad individual carente de respeto, a la renuncia al esfuerzo y a la búsqueda de un “éxito” falso, rápido y cómodo.

Yo atribuiría un plus de responsabilidad a los propietarios de determinados medios de comunicación, cuyo objetivo último es el logro de la máxima audiencia a cualquier precio, bajo el argumento de que buscan el entretenimiento y ofrecen lo que el público reclama.

Naturalmente, habría que añadir a las empresas que se anuncian en esos espacios y contribuyen a su existencia, con olvido de un principio del que suelen alardear sus departamentos de comunicación y márquetin: la responsabilidad social corporativa. Es decir, la obligación moral y ética de las empresas, en sus relaciones con los empleados, el medio ambiente, la competencia, la economía y otros ámbitos de la sociedad.

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Alfonso García

Dedico mi tiempo libre a escribir artículos de opinión en El Correo Gallego y en Mundiario.com, y monografías sobre temas diversos. Actualmente corrijo y amplío mi último libro, “Algunos abuelos de la democracia (Iglesias, Zapatero, Rajoy, Sánchez, Rivera)”, con semblanzas de “otros abuelos” de políticos de hoy, como los de Aznar, Casado, Maíllo y Lastra, entre otros. También actualizo museofinanciero.com, un museo virtual de documentos antiguos relacionados con el sistema financiero español y el ferrocarril. Gracias por tu visita.
Alfonso García López (Madrid, 1942), jubilado como notario y escritor.